A dos años del inicio de la pandemia en México, con el semáforo epidemiológico en verde y una baja notable en otros indicadores, se abrieron los templos y espacios públicos dedicados al culto en México. Los resultados son muy interesantes y ameritan algunos comentarios. Las estadísticas oficiales marcan más de un millón y medio de asistentes a la celebración de la Semana Santa en Iztapalapa. Las multitudes abarrotaron el lugar y por primera vez en dos años se hizo un festejo abierto, algo similar pudo observarse en otros centros de catolicismo popular. Los templos católicos tuvieron una asistencia importante a las celebraciones litúrgicas. Las congregaciones evangélicas no son un referente en esta ocasión, pues la celebración de la Semana Santa tiene un perfil más íntimo.

Una lectura simplista de la coyuntura marcaría el retorno a sus orígenes y el afianzamiento de las creencias religiosas en la postpandemia. Centenares de promesantes cargando pesadas cruces de madera son el testimonio de mandas o promesas que son rigurosamente cumplidas con agradecimiento y el temor a un castigo divino. Hace seis meses, con ocasión del 28 de octubre, Día de San Judas Tadeo, el santo de las causas imposibles, el panorama fue similar. Hay un detalle: hace pocos días el Congreso del estado de Jalisco, otrora uno de los bastiones del catolicismo integrista mexicano aprobó en una sesión especial, el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo con el derecho de adopción y la prohibición de las terapias de conversión. Como suele decirse en México: “la enchilada completa”.

Las diputadas y los diputados “con poco temor a Dios”, pero muy atentos a los cambios culturales de la sociedad mexicana, en una sociedad que observa además con mucho cuidado los cambios en la sociedad norteamericana decidieron que era hora de adecuarse a los nuevos tiempos. Sin abandonar la “prudencia política”, la votación fue secreta, para evitar ser estigmatizados (en la persona de cada representante popular) por la Jerarquía religiosa; se aprobó por amplia mayoría con el apoyo de todos los partidos. Llama la atención de que apenas seis años antes, en 2016, cuando el gobierno de Peña Nieto se propuso simplemente legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, la Jerarquía católica logró convocar a miles de personas y el PRI tuvo que retirar la propuesta y la Jerarquía terminó francamente empoderada.

Sin embargo, antes de las elecciones de 2018 la Arquidiócesis de Guadalajara había hecho una encuesta y prácticamente la mitad de la población estaba de acuerdo con los cambios legales que se votaron en 2022. Un vaso “medio lleno y a la vez medio vacío”. Los feligreses se movilizaron en 2016 y atemorizaron a los políticos. La pregunta es qué hizo que los políticos se decidieran por estos cambios en la legislación en materia familiar y de salud reproductiva, apenas 6 años después y que no hubiera reacciones en contra.

El cardenal Juan Sandoval Íñiguez estalló indignado y acusó a los diputados de “vendepatrias” quienes “no representan al pueblo cristiano-católico de Jalisco, (y) hayan aprobado algo tan serio, tan perjudicial, tan dañoso a largo plazo, como es destruir al matrimonio y el crimen de un inocente”. (https://bit.ly/3rwYXvg)

El cardenal tuvo un papel activo en el proceso electoral de 2021. Las elecciones intermedias mexicanas y, junto con otros tres altos prelados, fue sancionado por llamar a votar “contra el partido del gobierno”, por el Tribunal Federal Electoral, quien decidió que había delitos en materia electoral y ordenó a la Secretaría de Gobernación aplicar las sanciones previstas en la ley, algo que Gobernación, con bastante cautela política, no hizo aún. Probablemente esperando que pasase el Referéndum Revocatorio del 10 de abril. También está presente el contexto internacional, pues la prensa católica europea ha denunciado un clima de persecución contra el liderazgo católico en México.

Nos falta indagar más sobre el impacto de la pandemia en los sistemas de visión del mundo, lo que nos queda claro es que los mexicanos siguen siendo creyentes, aunque no están muy convencidos del papel de los sacerdotes. Como me han dicho varios entrevistados, “cada vez creo más en Dios, pero no en los curas”.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.

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