En octubre de 2019 presenciamos fuertes manifestaciones en varios países latinoamericanos. El común denominador fue la aplicación de un conjunto de medidas que afectaban notablemente las precarias condiciones de vida de las poblaciones más pobres y de la clase media que veía peligrar sus condiciones de existencia. Se observaron fuertes movilizaciones en Chile contra el alza del precio del transporte que llevaron la popularidad del presidente Piñeira al 11% y sólo pudo sobrevivir convocando a un plebiscito para reformar la Constitución. En Colombia los jóvenes desarrollaron movilizaciones en todas las ciudades reivindicando nuevos espacios de existencia.Ecuador tuvo fuertes movilizaciones contra el alza del precio de los impuestos y de insumos básicos como los combustibles. Las organizaciones indígenas y campesinas inmovilizaron el país y obligaron al retiro de los proyectos impopulares. El Fondo Monetario Internacional tuvo que replantearse sus habituales políticas monetaristas basadas en impuestos al consumo popular. El estallido de la pandemia de Covid19 fue aprovechado por los gobiernos para acallar las protestas y paralizar las movilizaciones sociales.
Los gobiernos aprovecharon la crisis sanitaria para “ganar tiempo”, pero no supieron aprovechar ese tiempo para al menos resolver alguno de los problemas; se limitaron a endeudar más a sus países. La clase media vio caer dramáticamente sus ingresos, los pobres se hicieron más pobres y los ricos más ricos. En esta nueva realidad surgió un grupo de multimillonarios en los Estados Unidos quienes plantean que ellos deben pagar más impuestos. Este programa que puede ser desconcertante para un millonario latinoamericano, donde no pagar impuestos es un deporte nacional. Los hombres más ricos del mundo hicieron su fortuna manejando modelos de negocios basados en principios religiosos, por los cuales consideran que deben devolver a la sociedad una parte de lo obtenido para que Dios los siga protegiendo. Si se quedasen con toda la riqueza sin compartir, Dios podría castigarlos.
Esta suerte de reciprocidad divina no es parte de la cultura religiosa latinoamericana, donde los empresarios en su mayoría católicos parten de la “teoría del goteo”, son elegidos por Dios, pero en la medida que ellos tengan ganancias, algo “salpicará” hacia abajo. Su prosperidad es una “gracia divina” y los pobres son pobres por castigo divino. Los recientes divorcios de los matrimonios Bezos y Gates, los hombres más ricos del mundo, muestran cómo han tenido en cuenta no sólo mantener, sino fortalecer las fundaciones de beneficencia que habían establecido, al margen de su situación familiar. Estas actitudes son simplemente ignoradas por los empresarios latinoamericanos.
La humanidad está entrando en el período de la pospandemia; con la invención de diversas vacunas, los distintos países están convencidos de que en un tiempo cercano volveremos a cierta normalidad, los pobres y capas medias están hartos de “apretarse el cinturón” y desean “volver a la vida”. En esta perspectiva, el proyecto de elevar los impuestos sirvió para detonar un conjunto de energías contenidas en la sociedad colombiana que se expresaron en catorce días de manifestaciones que fueron cruelmente reprimidas, generando decenas de muertos, centenares de detenidos y desaparecidos. La situación es caótica y evidentemente el sistema político está totalmente deslegitimado, resulta alarmante no sólo la presencia de policías militarizados, sino de grupos paramilitares vestidos de civil que abren fuego contra las movilizaciones. Para un país que tiene en su historia insurrecciones urbanas como el Bogotazo de 1948, el tema no es aleatorio. En este contexto llama la atención el silencio de las iglesias. No podemos olvidar que Colombia tiene al catolicismo como religión de Estado, aunque esto se atenuó con la última reforma constitucional. Los sectores conservadores de las iglesias se opusieron a la ratificación de los tratados de paz con éxito y esto hace que las iglesias no tengan una presencia que les permita aportar a la concordia y reconciliación en estos momentos. En Chile, el gobierno Piñeira suspendió por segunda vez las elecciones y en octubre se terminará su mandato, pero antes deben discutir y promulgar una nueva constitución. En Perú el 6 de junio se realizará la segunda vuelta electoral, que coincide con las elecciones mexicanas “intermedias”. Existe una fuerte polarización y el llamado del candidato Rafael López Aliaga, miembro numerario del Opus Dei, a asesinar al candidato y al secretario del partido Perú Libre, que ocupa el primer lugar en las preferencias, sólo contribuye a la polarización electoral.
https://larepublica.pe/elecciones/2021/05/08/lopez-aliaga-invoca-la-muerte-de-pedro-castillo-en-mitin-de-apoyo-a-keiko-fujimori-pltc/
En estos momentos tan complejos, la construcción de canales democráticos para el diálogo y la reconciliación son esenciales para solucionar los cada vez más complicados problemas de América Latina, que a los que ya teníamos se les agregan el drama de la pandemia que pone en evidencia aún más las carencias que sufrimos. Necesitamos políticos de altura, que puedan ver más allá de la próxima elección, y a hombres de fe que asuman sus limitaciones y aporten al diálogo y al fortalecimiento del deteriorado tejido social.
Doctor en antropología.
Profesor investigador emérito ENAH-INAH