La Iglesia Católica tiene un conjunto de corrientes, tendencias y formas organizacionales que le dan una gran vitalidad y que sirven para entender la eficacia de la organización burocrática más antigua del mundo. Existe una organización territorial basada en diócesis, prelaturas y arquidiócesis, dirigidas por un obispo considerado “sucesor de los Apóstoles”, en tanto “iglesia particular” tiene autonomía y discrecionalidad en el ejercicio del poder. Esta autoridad es mediatizada por las órdenes y congregaciones religiosas que tienen una especificidad dada por “el carisma del fundador”, impulsando sus propias iniciativas, aunque tienen que coordinarse con el Ordinario (obispo) del lugar. Para tener una idea, sólo en México hay 250 congregaciones femeninas y 87 masculinas. Siempre hay tensión pues el obispo quiere cumplir sus objetivos, y las congregaciones lo apoyan, pero tienen sus prioridades.
El Opus Dei (OD), planteado como “prelatura personal” con un obispo en Roma, que se reportaba directamente con el Papa, generaba “ruido” estructural. Los miembros del Opus Dei no se consideraban obligados a reconocer criterios pastorales y prioridades de los obispos locales, pues su autoridad estaba en Roma, y más cerca del Pontífice, que el obispo del rumbo.
El Opus tuvo una estrategia muy eficaz para “pitar” (reclutar) a grandes empresarios y personas con mucho poder, teniendo influencia en cuestiones locales. Asimismo, el posicionamiento que tenían en Roma, particularmente con Juan Pablo II y Benedicto XVI, le daba mucho prestigio pues ganaron posiciones en el aparato burocrático de la Curia Romana, lo que le garantizaba la posibilidad de influir en la designación (y ascensos) de los obispos, nuncios y otras personas claves en la estructura.
El Opus Dei impulsó una agenda conservadora en la Iglesia Católica, que hacía énfasis en la reafirmación de las tradiciones eclesiásticas como las “más y auténticamente correctas”. Su perspectiva pastoral era que, en un mundo acosado por el pecado, había que asumir que iban a una Iglesia de minorías selectas y “cumplidas” con el Canon eclesiástico responsabilizando a otras corrientes, particularmente a los jesuitas, de tergiversar el evangelio, siguiendo los caminos de la modernidad, abandonando la Tradición de la Iglesia. La designación de Jorge Mario Bergoglio, un jesuita que se llama ahora Francisco, representó una derrota del Opus, a la vez que, de alguna manera lo responsabilizaban de la crisis institucional.
Conforme se hacen las cosas en la milenaria institución, todo es “paso a paso”. Lentamente Francisco los dejó sin cardenales, no eligió obispos del Opus, esperó que se retirara el prelado, no designando obispo a su sucesor. Luego inició la formalización del cerco institucional, fue cambiando las reglas para quitarle carácter episcopal al prelado del Opus, y ahora, al redefinir el carácter de las prelaturas personales, la única que existe es el OD, que tienen que subordinarse a los obispos locales como lo hacen todas las órdenes y congregaciones religiosas, manteniendo cierta autonomía, ya no tienen “línea directa al Vaticano”, por supuesto no desaparecen como organización al interior de la Iglesia, aunque no tienen ninguna “situación especial”, en términos eclesiásticos.
Esta nueva realidad obliga al Opus a reorganizarse, entendiendo que de ninguna manera desaparecerá, mantendrá intactas sus posiciones en las elites de muchos países. Las escuelas y universidades son fuertes y están muy bien posicionadas. Tienen un trabajo importante en áreas turísticas y financieras e influyen en universidades públicas, como la UNAM en México, que tienen cuadros de dirección en los partidos gobernantes de varios países.
Recientemente, los políticos del OD han perdido posiciones debido a las dificultades que tienen para repensar la transición económica y social por las que atraviesan los países del Primer Mundo, el ascenso de otras potencias como China. La transición española los ha dejado sin referencia para operar en América Latina. El todavía presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, es un ejemplo de la caducidad del proyecto político que impulsan sus laicos.
El Opus se propone la sacralización de la vida cotidiana y del trabajo de sus integrantes, el desafío que tienen es impulsarlo, sin sentirse “especiales y diferentes” institucionalmente de los demás católicos, aportando al rescate de su Iglesia de la crisis a la cual ellos contribuyeron, nada sencillo, pero nada imposible.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.