Los resultados electorales en Alemania son muy importantes y a mediano plazo repercutirán en la política latinoamericana, en un mundo globalizado, donde compartimos problemas y destinos comunes.
La era Merkel llegó a su fin, a la inteligente medida de resolver ella misma su alejamiento de la política, después de 16 años de Canciller germana, los alemanes le tomaron la palabra y coincidieron que era necesario un cambio. El Partido Demócrata Cristiano (PDC) obtuvo la votación más baja en su historia (24.1%) y por escaso margen (25.7) el Partido Social Demócrata (PSD) triunfó, aunque para gobernar necesita ser aprobado con mayoría absoluta (+50%). Esto implica la necesidad de alianzas. La segunda cuestión estaría referida a la dinámica de las segundas fuerzas políticas, la ultraderecha, el neonazi Alternativa por Alemania perdió votos (10.3%) y los Verdes (14.8%) se consolidaron como la tercera fuerza. Los liberales, un partido proempresarial se mantuvo en 11.5%. La Izquierda (4.95) perdió votos que fueron hacia los Verdes. Los Verdes son la fuerza política con futuro pues obtuvieron el 22% de la votación de menores de 30 años. (https://www.bundeswahlleiter.de/en/bundeswahlleiter.html)
Este cambio de fuerzas deja a los partidos democratacristianos y “populares” europeos sin ningún país importante, arrinconando a la ultraderecha en países del Este (Polonia, Hungría, Croacia, Eslovenia, Eslovaquia, Chipre, Letonia) de escasa presencia económica y política regional. Fortaleciendo las posiciones de la Social Democracia en Europa que estaría en consonancia con el triunfo de Biden en Estados Unidos.
Esta situación incrementa el aislamiento político de la ultraderecha en Europa y repercute en los escenarios latinoamericanos. La Reunión de la CELAC en México que se hizo con la presencia de todos los países del continente, sin Estados Unidos y Canadá, tuvo discursos del representante de la Unión Europea y del presidente de la República Popular China. Esta nueva correlación de fuerzas implicaría un fortalecimiento de la social democracia en América Latina y un debilitamiento de las posiciones conservadoras que se ponen en evidencia con la derrota de D. Trump, la debilidad política de J. Bolsonaro en Brasil, la crisis estructural de Colombia y la derrota de la derecha en Bolivia y Chile.
La derrota de Alternativa por Alemania, que prometía obtener el 20% de los votos y consolidarse como tercera fuerza política apenas llegó a la mitad y perdió posiciones. En América Latina, Vox, el partido neofascista español terminó francamente acorralado con el apoyo de expresiones de apoyo de la ultraderecha latinoamericana, pero sin fuerzas significativas.
Alemania era la expresión de más peso que tenía la Democracia Cristiana a nivel mundial y a través de la Fundación Konrad Adenauer financiaba estudios para fortalecer a sus partidos vinculados como Acción Nacional (PAN) en México; la Democracia Cristiana en Chile, que tendría algunas posibilidades en las elecciones de noviembre. El conservadurismo católico latinoamericano y norteamericano tiene claro en lo que no están de acuerdo: el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero carece de un programa político que le permita consolidarse como una opción de poder. La desestructuración del gobierno de Bolsonaro en Brasil y de Duque en Colombia son claros ejemplos del agotamiento histórico de estas propuestas a escala regional y con la derrota de los “herederos” de Merkel en Alemania marcan el fin de una era de predominio conservador.
El desafío está en el campo de la social democracia, en su capacidad para aislar a los proyectos de ultraderecha, que, aunque minoritarios, han logrado colocarse en los imaginarios locales como espacios de “rechazo eficiente” a muchos proyectos sociales, y lo más notable, sirven de base para la eliminación de avances en los derechos humanos y laborales, como es el caso de Ecuador, donde el presidente Lasso, un miembro del Opus Dei, presentó un megaproyecto de ley que propone quitar la mayoría de los derechos sociales de las trabajadores, una calca de la política del gobernante Partido Nacional en Uruguay. Mas obvio, en Perú, el almirante Montoya congresista por Renovación Popular propuso un golpe de estado, disconforme con los resultados electorales.
El gran “ausente” en esta dinámica político-religiosa es el Papa Francisco. Es evidente que la estrategia vaticana no pasa por el respaldo a la Democracia Cristiana, ni a los proyectos de la ultraderecha, sino que, por el contrario, prefiere respaldar lideres populares con proyectos sociales y arraigo de bases, que en forma ostensible no se los pueda vincular con las tradicionales bases conservadoras católicas de América Latina. Otro actor discreto, pero muy concreto son las bases protestantes y evangélicas progresistas que respaldan movimientos sociales en América Latina y que Francisco sabe que le conviene aliarse con ellos. Los resultados de estas confrontaciones son de pronóstico reservado.