El día de hoy son las elecciones y el panorama que se nos presenta es preocupante en muchos sentidos.

El primer tema que debe llamar nuestra atención es la votación misma, el ejercicio que los ciudadanos hacemos de nuestro derecho a determinar quiénes serán las personas que gobernarán nuestro país, nuestra comunidad y también aquellas que deberán crear las leyes que nos regirán en el futuro.

Debido a la profunda polarización que vivimos los mexicanos, así como el clima de violencia que ha atemorizado a tantos, corremos el riesgo de abstenernos de votar en grandes cantidades, no por desencanto sino por precaución ante el riesgo que sentimos.

Pese a lo razonable que esto pueda parecer, no votar tiene un costo enorme para todos los mexicanos. Significaría que, además de muchas otras consideraciones éticas y legales, le escamoteamos legitimidad a quién resulte vencedor@ de cada una de las contiendas electorales.

El voto se transforma, en esta elección, no sólo en un acto de convicción política sino en un acto de resistencia por parte de cada ciudadana y ciudadano que asiste a las urnas. Es una declaración: “el país sigue siendo nuestro, no de la violencia y la DO”.

Votar masivamente, sin importar a cuál partido creamos que beneficia, es contrarrestar el miedo. Somos nosotros los que decidimos, sin importar lo que otros intenten. El voto es nuestra arma.

El segundo tema es lo que haremos tras conocer a quienes serán, oficialmente y tras todas las impugnaciones que seguramente se presentarán, las personas y partidos que ganen la responsabilidad de trabajar por todos las mexicanas y mexicanos.

Y no me refiero de forma exclusiva a Xóchitl o Claudia, sino a cada senaduría, gubernatura, alcaldía, regiduría o diputación en juego. ¿Qué vamos a hacer después de las declaratorias de triunfo en cada caso y su declaratoria de validez?

Las opciones que se nos presentan son bastante básicas.

Continuar el mismo camino de confrontación y divisionismo que solo lleva a más dificultad para quién gobierna, pero especialmente para el que vive como ciudadano de a pie nuestra realidad cotidiana. Para esto, los partidarios de quien venza en las urnas solo necesitan extender un cheque en blanco, seguir siendo los leales a toda prueba que no ven los matices que pintan a nuestro país

Si hay algo que este sexenio nos ha enseñado es que esto solo genera una reacción equivalente en sentido opuesto. De forma automática el sector contrario reacciona negando todo lo que pueda ser positivo o alentador de la vida pública, logrando la tormenta perfecta donde nadie gana, a la larga.

La otra opción es votar con convicción, reconocer a quien triunfe y exigir que las leyes, personas y compromisos con la sociedad se respeten. Esto significa votar sin entregar a nadie un cheque en blanco.

Es asumir que somos ciudadanos que podemos disentir, debatir y no estar de acuerdo pero que siempre será con base en razones legales, éticas y datos reales, no en inventos propagandísticos (tan del gusto de todos los bandos hoy en día).

Al final, nuestro papel como ciudadanos no se encuentra restringido a meter nuestra papeleta en la urna para después ir a reclamar nuestro café o entradas al cine gratis.

Nuestra ciudadanía empieza como un voto, es cierto, pero debe continuar de una forma que rara vez se da en México: con un compromiso a largo plazo en favor de nuestra comunidad, por medio del cual los partidos y gobernantes dejen de ser dueños de la política y, por extensión, de nuestras vidas.

Y esta es la verdad incómoda. Mexicanas y mexicanos, en su gran mayoría, no hemos buscado participar realmente en la vida política, en la toma de decisiones o en la construcción de las reglas que rigen nuestro país.

Quizá por la costumbre heredada del priismo hegemónico original, según la cual la sociedad no tiene voz ni voto en la política y solo debe observar; la indiferencia y la desidia ante estos temas ha sido nuestro sello como sociedad. Los grupos de élite sean partidarios, activistas, académicos o de poderes fácticos se han encargado de construir un sistema político que tiende a la autofagia, la autorreferencia y la exclusión de la mayoría.

Si bien es cierto que la democracia electoral de México se construyó en forma de consenso, por lo que se debieron de establecer múltiples compromisos para avanzar poco a poco en su construcción sin generar ingobernabilidad, es cierto que muchas de esas reglas incentivan las acciones poco transparentes de los partidos y gobernantes, al tiempo que no se empodera de forma real a los ciudadanos.

Por esto, votar evitando dar carta blanca a los políticos es necesario para el bienestar de todos y debe ser antesala de una mayor actividad política de parte de nosotros, los que emitimos ese voto que da o quita poder.

El cheque en blanco no solo es el inicio de la confrontación, también es el principio del fin de nuestra capacidad e interés para influir en lo que pasa a nuestro alrededor.

Así que hoy, salga usted a votar, convencido de que lo hace por el futuro del país. Pero después empiece a exigir resultados, transparencia y rendición de cuentas, castigo a los corruptos y abusivos del poder y, sobre todo, recuerde que quiénes mandamos somos nosotros. Y esto sin importar quién resulte vencedor.

Sin los ciudadanos, no existe la democracia.

#InterpretePolítico
@HigueraB

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