Hace unas semanas tuve el gusto de asistir al primer evento organizado por Beers & Politics México, en el cual Laura Ballesteros y Viri Ríos abordaron el tema “¿México se está convirtiendo en una dictadura?”, un tema trascendental. Sin embargo, a pesar del excelente evento, los muchos conceptos que se vertieron en él y su duración, al final me quedé sorprendido de que nunca se había dicho una definición mínima de qué es una dictadura como punto de partida del intercambio.

En realidad, a pesar de lo necesarias que son estas definiciones por el momento histórico que vivimos, el miedo a ponerle un nombre a nuestra situación no debería sorprendernos mucho. En México tenemos muchas y muy diversas costumbres, hábitos y tradiciones, cosas que ocurren en todos los ámbitos de nuestra vida y una de ellas es la suposición de que si algo no se menciona no va a ocurrir y, gracias a nuestro pensamiento mágico, desparecerá sin ninguna consecuencia.

Es cierto que hay mucha polémica en redes sociales y en algunos eventos políticos y académicos, pero esta carencia es algo sostenido a nivel social. A pesar de todo, en dichos intercambios no he encontrado hasta ahora una definición que pueda servir de referente para las discusiones entre tirios y troyanos. Al menos, no una que sea suficientemente corta y clara, flexible y precisa para que sirva de cimiento la discusión pública.

No hay debate, sino descalificación. No existe reflexión sino encono. No buscamos establecer puentes, sino incendiarlos y de preferencia junto con los “otros”.

Desde 2018, según se afirma profusamente, la politización de los mexicanos ha crecido con amplitud. Se sostiene que los mexicanos hablamos de políticas, sucesos, personajes, declaraciones, ocurrencias, pifias, victorias y derrotas de uno y otro bando. Lo malo de esto es que se hace desde el dogma, la militancia visceral de ambas cuadrillas en pugna y sin reflexionar las palabras que se usan. O se busca tergiversar su significado para ganar mañosamente la discusión.

Golpe de estado (técnico y blando), misoginia, libertad de expresión, seguridad, democracia, verdad, bienestar, violencia, libertad de prensa, transparencia, hegemonía, legalidad, elección de estado, derechos humanos, liderazgo, autoritarismo, feminicidios, lawfare y violencia política en razón de género son algunos términos que se me vienen a la mente que también han sido víctimas de esta costumbre tan arraigada de no decir y no definir para dejar pasar.

El efecto de esto, a la larga, es el mismo que un cáncer en los pulmones que nunca fue detectado a tiempo pues el enfermo siempre aseguraba que no pasaba nada y que señala a sus seres queridos como exagerados al querer llevarlo a revisar por un médico. “¿Para qué voy?, si es algo malo voy a estar peor por saberlo.”

La verdad es que saber y etiquetar cualquier padecimiento nos permite entender sus posibles escenarios, hacer un diagnóstico, entender sus posibles consecuencias y, en muchos casos, tratarlo adecuadamente para que pueda curarse.

La política, la vida institucional y la democracia necesitan de lo mismo: definiciones y diagnósticos. No es lo mismo una dictadura, una mayoría democrática, un gobierno personalizado, una república

populista autoritaria o una democracia representativa. Cada caso tiene sus características y merece diferentes cursos de acción.

Esta reflexión me llevó hacia Giovanni Sartori, uno de los grandes pensadores de la ciencia política del siglo XX y la definición de dictadura que postula en “¿Qué es la democracia?” (Taurus, 2003), la cual posee las características adecuadas para iniciar un debate real y racional:

“…es, para nosotros, una forma de Estado y una estructura del poder que permite su uso ilimitado (absoluto) y discrecional (arbitrario). El Estado dictatorial es el Estado inconstitucional, un Estado en el cual el dictador viola la Constitución, o escribe una Constitución que le permita todo.”

Bajo esta luz, me parece, podemos dejar atrás la costumbre nacional de la indefinición, que nos llevará a la larga al caos.

Podemos analizar el comportamiento de los diferentes actores, en particular aquellos que detentan el poder, para saber si somos una dictadura surgida de las urnas o si, por el contrario, podemos desechar las vociferaciones que los que son desafectos al presente régimen como meras exageraciones.

¿Las reformas actuales a la Constitución tendrán el efecto que describe Sartori?, ¿los actores políticos respetan el orden constitucional y el estado de derecho?, ¿la crisis constitucional que vivimos es culpa de quién, bajo la lupa sartoriana, ejerce un uso absoluto y arbitrario del poder?, ¿se está escribiendo una Constitución y leyes que permiten al poder todo al reducir la participación del demos, sus derechos y los controles que el poder tiene en una democracia?

Preguntas así surgen de hablar con claridad, de definir con precisión y nos permiten entender mejor el mundo en que estamos parados, al menos en México. Responderlas y actuar en consecuencia nos permitirá construir la democracia del futuro que deseamos y que tanto se nos ha negado a lo largo de tantas décadas. Además de ser un acto de madurez política irrenunciable.

Así que dígame usted, ¿seguimos con nuestro muy mexicano hábito de no decirle las cosas por su nombre o dejamos que la historia nos arrolle, una vez más?

@HigueraB

#InterpretePolitico

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