La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad.
Sir Francis Bacon
En los tiempos de la posverdad, del deepfake y de las fake news no es fácil distinguir entre lo que es una realidad pura y dura de lo que es un manejo político, sin importar el tema.
Esto es especialmente delicado en nuestro país al referirnos a temas electorales: la necesidad de un INE independiente, la validez en la intromisión del ejecutivo en el proceso, la legitimidad de organizar frentes opositores, la embestida de los medios contra la 4t, el proceso de designación de nuev@s consejr@s, son algunos de ellos muchos temas que se debaten con armas de todo tipo y calaña.
Sin embargo, hay un dilema que es especialmente espinoso, a pesar de ser falso. Es tan difundido en el imaginario colectivo de las discusiones política que muchos partidarios del actual gobierno lo usan sin recato o reflexión e incluso muchos de sus detractores están envueltos en él.
Cuando se mencionan los fallos del actual presidente, de su equipo y de su partido, así como los elementos en su forma de gobernar/legislar salidos del más rancio período priista setentero es constante que se pregunte, ¿y quién puede hacerlo mejor? O alguna de sus variantes: ¿a quién propones?, ¿te parece que cualquiera de antes lo haría mejor?
Lo que parece una pregunta lapidaria es, en realidad, una forma de confesar una veta antidemocrática o por lo menos una falta de convencimiento en la misma de parte de quien la hace. En cuanto a los opositores, con su estupefacción queda en evidencia su ingenuidad y lo poco que pueden ofertar electoralmente cuando se pasman con una pregunta así.
En el fondo, preguntarnos quién puede hacerlo mejor es regresar al pensamiento del acaudillado, del que espera un hombre ejemplar e iluminado, un líder impoluto que nos guíe por la senda de la historia hasta el paraíso en la tierra. Es un regreso a Santa Anna, Díaz, Calles, Cárdenas y a la costumbre priista del “lo que usted diga Señor Presidente”, en mayúsculas.
Es una pregunta escondida dentro de la primera pregunta, ¿dónde vamos a encontrar a un mejor Tlatoani? El falso dilema de que necesitamos una especie de super hombre para salvarnos.
En realidad, no nos atrevemos a pensar que es posible que nosotros construyamos un líder, proponer quién ocupe “la grande” o alguna de las medianas, de organizarnos y elegir. La pregunta encierra una pequeña e importante claudicación de nuestra ciudadanía.
Y esto se extiende hasta los opositores que se atarantan con cuestión del liderazgo. Es cierto que hay poco que ofrecer actualmente en sus filas y a pesar de ello, en lugar de ponerse manos a la obra y tratar de tender puentes con liderazgos locales y sociales, se miran el ombligo y ceden a la soberbia de pensar que, si no son ellos, no puede ser nadie más. Y así fue como se derrotaron a sí mismos el 2 de julio de 2020.
La clase política mexicana (tricolor, amarilla, guinda, verde o azul) ha logrado que dejemos de pensar que la democracia se basa en nosotros, las personas que decidimos tomar la iniciativa y votar, involucrarnos, exigir y reclamar.
No hablo de tomar calles y enfrentarnos, sino de hacer política para todos en lugar de hacerlo para unos cuantos. Sea a favor o no del gobierno, no podemos renunciar al papel principal que la democracia nos otorga.
Ser demócratas es saber que el bienestar de las personas trasciende los liderazgos y que deben ser los ideas, los programas y las acciones los que guíen un país. Es momento de que lo asumamos.
Ese es el verdadero dilema es sencillo: seguir dependiendo de liderazgos caudillescos iluminados o ser ciudadanos de pleno derecho, con los deberes y obligaciones que implica.
¿Qué decide usted?
@HigueraB
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