Una de las mayores metas a las que un pensador puede aspirar es la vigencia de sus reflexiones y pensamientos a lo largo del tiempo. Que aquellas ideas, creaciones y conclusiones las que llegó sean consultadas en el futuro y sirvan para entender el presente que aún no llega.
Uno de los que ha logrado tal cometido es Umberto Eco. No sólo es el padre de la semiótica moderna, mérito suficiente para quitarnos el sombrero, sino que también fue un fantástico novelista y, en una faceta un poco menos conocida, un agudo filósofo político.
Es gracias a este último aspecto de su trabajo que se acuñó el término de Urfascismo, también llamado fascismo eterno, una insidiosa forma de pensamiento político en la que un grupo de populistas podría establecer una especie de fascismo que no necesariamente exigía desfiles militares y campos de exterminio y, sin embargo, podía amenazar a cualquier democracia.
Ya desde 1995 estableció que el Urfascismo, posterior a la segunda guerra mundial, era dúctil y que podía presentar todas o algunas características de las 14 que señalaba y seguir siendo fascismo, en especial si se ejercían desde el poder.
Al repasar el texto escrito por Eco, las reverberaciones de sus palabras llegan nítidas y precisas al México de 2022. Y es que, sin duda, el trabajo del autor de El Péndulo de Foucault sigue vigente.
Para el pensador italiano el fascismo eterno debía basarse en un culto a la tradición, entendido como un rechazo al avance de la diferencia/diversidad, de la ciencia y la cultura. Un rechazo al modernismo en favor de una idealización del pasado que sirva para cuestionar supuestas élites privilegiadas, a las cuales se les debe combatir por todos los medios, aun los que carecen de ética, para lograr la renovación y pureza de una nación.
Este tradicionalismo también se camufla de rechazo al capitalismo aunque en verdad es un rechazo al liberalismo, motor de las revoluciones de 1776 y 1789, que hablan de los derechos de las personas por encima de los derechos divinos y como contrapeso a la voluntad popular absoluta y aplastante.
En otro punto, Eco señala la negación de la cultura y la ciencia como parte de la irracionalidad filosófica que fundamenta el Urfascismo, ya que significa cancelar la crítica y el debate que les da sustancia y esto es inadmisible pues la verdad es una y ya se ha dicho por parte del líder, el partido o el Estado.
Por esta razón, consideraba, el mayor empeño de los intelectuales fascistas oficiales consiste en acusar a la cultura moderna y a la intelligentsia liberal de haber “abandonado los valores tradicionales” basados en que el disenso y la crítica equivalen a traición.
¿Y qué puede ser más tradicional que el nacionalismo, entendido como una forma de demostrar a toda costa la superioridad de los que nacen en un territorio determinado y que siempre son acosados por complots eternos?
Por esto, el nacionalismo es fundamental para el fascismo eterno, ya que refuerza el cuestionamiento de la ciencia #burguesa y comercial”, que no es originaria de la gloriosa nación madre, al tiempo que desarrolla un discurso según el cual se ha dado un saqueo de nuestra tierra por enemigos allende las fronteras con la complicidad de desnaturalizados, y corruptos, locales hasta la llegada de los salvadores inmaculados.
Un aspecto más del UrFascismo, el cual tiene mucho peso viniendo del mayor exponente de la ciencia que estudia los signos, es la “neolengua”. Este término, que toma prestado de la novela de 1984 de Orwell, establece la necesidad de cualquier régimen Urfascista de cambiar la historia, la memoria, la identidad de una nación introduciendo neologismos que sustituyan las formas de expresarse de una sociedad, implantando imágenes distorsionadas o manipuladas en el imaginario colectivo.
Señala además que es una característica común de un gran número de dictaduras.
Para terminar, aunque sin agotar las 14 características enumeradas por el filósofo y semiólogo italiano, el Urfascismo se basa en una especie de «populismo cualitativo». Es decir que, “en una democracia los ciudadanos gozan de derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos sólo está dotado de un impacto político desde el punto de vista cuantitativo (se siguen las decisiones de la mayoría)”.
Y es que para el Urfascismo los individuos no tienen derechos trascendentales frente a la masa y el «pueblo» se concibe como una cualidad, una entidad monolítica que expresa la «voluntad común». Es decir, los fascistas postulan que cada mexicano, peruano, argentino o venezolano pensará lo mismo, sentirá lo mismo y decidirá lo mismo, a excepción de unos cuantos traidores al destino manifiesto de la nación.
Eso si, como es difícil interpretar la voluntad del pueblo siempre se podrá contar con el líder, quien pretende ser su intérprete, cuando no su guía y modelador.
Sin duda, como apunté al inicio, las grandes mentes pueden ser consultadas al paso de los años. En mi caso, percibí como actual mucho de lo que el catedrático de Bologna explicaba tres décadas atrás. Quizá podríamos decir que se han convertido en una parte de nuestra cotidianeidad.
Su pensamiento hace ecos fuertes en nuestros días y nos deben alentar para tomar cartas en el asunto para no permitir que esta mentalidad contraria a la democracia avance, a pesar de que ya ha ganado terreno. Al final se trata de liberarnos, es decir de ganar libertad.
Y ustedes, mirando alrededor, ¿ven el desarrollo de estas condiciones en nuestro país?, ¿los ecos de Eco se han hecho realidad en México? La respuesta frente al espejo, por favor.
#interpretePoltico