La elección de la primera mujer para la presidencia de México está llena de matices y claroscuros que no pueden ser pasados por alto. Ningún bando se salva de señalamientos o actitudes que los destapan como autoritarios o hipócritas.
Sin duda, el único momento que se salva de esto es la jornada electoral misma. Un millón de personas pertenecientes a la ciudadanía, no a los partidos o al gobierno, cumplieron a cabalidad su deber y recibieron, contaron y entregaron los votos a las autoridades correspondientes. Ese era su objetivo y lo cumplieron, los reclamos e inquietudes sobre las actas de cada casilla no recaen en ellos sino, de forma casi increíble, en el INE.
Pese a esto, hemos atestiguado, antes del 2 de junio, quizá la más manipulada, intervenida, sucia, violenta y decepcionante campaña electoral. Y a partir del 3 de junio las máscaras se han caído de los rostros partidistas y gubernamentales para mostrar el autoritarismo, las mentiras, la hipocresía y la manipulación que la clase política, así como del ejecutivo federal.
Vayamos paso por paso, el antes.
Sin duda, los votos favorecieron a la opción que representa Claudia Sheinbaum pero decir que fue un triunfo limpio, incuestionable y democrático es ignorar los hechos que viene ocurriendo desde diciembre de 2021 o mentir por interés.
Fue en diciembre de ese año, en un evento público en el que el todavía presidente le levantó la mano a la virtual vencedora de 2024, se echó a andar una maquinaria intervencionista oficial. Cientos de espectaculares, miles de bardas, giras que no tenían que ver con la función de Jefa de Gobierno de la capital pero especialmente la palabra y apoyo fuera de toda norma y ética del presidente, así como señalamientos de coerción y compra de voto, constituyeron un escenario que no se puede ignorar.
Seamos claros, un triunfo en las urnas no es un cheque en blanco y no borra las acciones ilegales, abusivas o faltas de éticas de nadie. Estas acciones solo abonan en cuestionar la legitimidad de las urnas y dejan en duda si realmente se votó por el proyecto o se votó por miedo uy conveniencia.
“Cállate Chachalaca” le propinaba AMLO a Fox en el 2006 y, tras perder la elección por un margen muy estrecho impugno los resultados y solicitó que se anulara la elección presidencial por los dichos del panista, puesto que habían afectado la equidad y resultados de aquella contienda electoral. Algo que el mismo TEPJF aceptó al validar la elección de Calderón.
Partiendo de ese punto y lógica, ¿cómo se puede sostener en 2024 que cientos de afirmaciones, muchas sin sustento, del actual presidente desde su conferencia de todos los días, sus discursos en giras y acciones para desprestigiar a la oposición no van a influir en los resultados comiciales o no son motivos para recuperar su propio argumento de la injerencia presidencial de 2006?
Y si a esto sumamos que la opacidad con la que ha actuado este gobierno impide borrar del todo las sospechas de desvío de recursos a las campañas desde diferentes dependencias del actual gobierno guinda, nos encontramos con una pesadilla antidemocrática. No olvidemos que ese modus operandi fue denunciado por el mismo Marcelo Ebrard, en su momento.
Por desgracia, el después de las elecciones tampoco es algo que nos pueda mantener tranquilos, ni optimistas.
Por un lado, las dirigencias partidistas de oposición han caído en un bucle de hipocresía, mientras que, del otro lado, se ha desatado el apetito autoritario y la usurpación de funciones.
Ya con sus plurinominales bajo el brazo, Alito y Marko han mostrado que uno se maneja con un oportunismo hipócrita y el otro con la indiferencia convenenciera que les caracterizan.
El panista se ha dado a la tarea de acusar al INE de un fraude masivo electrónico, con la esperanza de desviarla atención general de su actuar inepto y alejado de sus bases. Con exigencias desde todos los ángulos para que presente su renuncia, el dirigente del blanquiazul, que en su momento fue acusado de acciones porriles y antidemocráticas en la elección interna de su partido, eligió olvidar cómo la ciudadanía dio su voto de confianza al Instituto, generando incertidumbre en la sociedad civil y reforzando los argumentos presidenciales para su desaparición.
Por su parte Alito, ya con fuero asegurado, actúo exactamente como lo hizo la mayor parte de la campaña. Tras las elecciones se fue a encabezar un acto partidista de su asamblea nacional, arropándose en lo que queda del tricolor y se ha olvidado de la defensa del voto ciudadano contra la sobrerrepresentación que busca imponerse. Indolente y doble cara, como siempre.
Y en cuanto a los vencedores, bueno ellos están actuando de la forma anticipada desde hace tiempo.
El presidente más demócrata de nuestra historia salió a decir que su coalición partidista va tener más del 70% de las curules en la Cámara de Diputados, violando de nuevo la ley y usurpando las funciones del INE, al hacer este anuncio antes de los resultados reales y las definiciones por parte del Instituto y el TEPJF en su mañanera, acompañado por la secretaria de gobernación.
Entendamos bien, gran parte de la lucha por la democracia desde 1968 a la fecha ha sido para mantener a los gobiernos, es decir al ejecutivo, fuera de las elecciones pues solo así se logra garantizar un mínimo de certidumbre y equidad en el manejo y conteo de los votos. No es lo que ocurre hoy día
En cuanto a su partido, parece ser que quiere arrebatar en las mesas lo que no logró en las urnas. Si revisamos los resultados veremos que la votación efectiva obtenida por la coalición MORENA-PT-PVEM alcanzó el 54% en conjunto. Es decir que ningún partido, ni el de AMLO, logró superar por si mismo el 50% de los votos, aunque el discurso triunfalista trate de hacer ver otra cosa. Otero caso emblemático ha sido el conflicto postelectoral de Jalisco.
Pareciera que todo ánimo de operar políticamente por parte de MORENA despareció, atrás quedaron sus acciones de 2018, en las que buscaban construir la super mayoría negociando con los diputados individuales de la oposición para lograr que brincaran de grupo parlamentario. En su lugar vemos que quieren todo el pastel legislativo/electoral/estatal y así no tener que tomar en cuenta los principios democráticos que sustentan el gobierno o el trabajo parlamentario.
En resumen, el antes y después del 2 de junio ha sido un desfile que desnuda a la clase política y al gobierno. Los muestra a todos oportunistas y dispuestos a veletear, cuando no los exhibe fundamentalmente autocráticos.
¿Y nosotros, los ciudadanos? Pues tendremos que buscar opciones, despertar de un letargo de décadas y empezar a organizarnos para la embestida autoritaria ya anunciada desde Palacio Nacional y San Lázaro. La democracia no muere si hay demócratas, pero tampoco se desarrolla si la ciudadanía no acepta su papel y lo deja todo en manos de mesías, lideres partidistas y clase política.
Quizá es hora de empezar a gritar, como sucedió en Argentina, “fuera todos, fuera ya”.
@HigueraB
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