Para que una democracia perdure y se consolide existen una serie de características mínimas que deben cumplirse.

La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva.
En cambio, la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.
José Saramago

Por parte del Estado y las instituciones se debe proporcionar un conjunto de leyes e instancias para regular el complejo proceso de organizar y garantizar legalmente las elecciones.

Los ciudadanos deben informarse, participar activamente, dentro del marco legal, en favor de las opciones políticas de su preferencia y ejercer su voto como base fundamental de la ciudadanía.

En cuanto a los actores políticos, además de realizar campañas que respeten la ley y no generen encono social más allá de la lucha electoral, deben aprender a aceptar la victoria y la derrota como algo inseparable de la democracia, especialmente cuando el estado y sociedad cumplen su parte.

Sin embargo, hemos visto que, tras la oleada democratizadora que abarcó la segunda mitad del siglo pasado, sobrevivió una resistencia de parte de partidos y candidatos a reconocer su derrota, al tiempo que estos acusan al “sistema” de sabotajes o complots en su contra, casi siempre sin una base probatoria. Este hecho ocurre cada vez con mayor frecuencia y alcanza tanto a las democracias que están en proceso de consolidación como aquellas que se han considerado por décadas como un modelo a seguir.

El caso de Donald Trump es el más importante en este momento, con su proceder disruptivo y casi ilegal.

El anaranjado presidente de los Estados Unidos ha dicho en numerosas ocasiones, sin presentar ninguna prueba más que sus propios dichos, que el voto por correo que se buscará masivamente usar de forma masiva en noviembre es la herramienta con la que se realizará un fraude masivo en su contra para sacarlo de la Casa Blanca, olvidando que la pandemia es el gran motivante.

La actitud beligerante y poco institucional de Trump puede desatar una de las peores crisis constitucional del nuestro vecino allende el Bravo. Recuento de votos en medio de un ambiente crispado socialmente e intervención de la Corte Suprema de aquel país es un escenario probable ante la presente situación.

En cuanto a nuestro país, la falta de cultura democrática, una fuerte vena autoritaria/caudillista y una narrativa de fraudes añejos que a pesar de lustros de distancia se conservan frescos en la memoria colectiva como un dogma, han hecho que la negación de la derrota, o en su caso la judicialización de los comicios, sean la norma en la gran mayoría de las elecciones, sin importar el puesto en disputa.

Por eso a nadie extrañó que el presidente de MORENA se apresurara a desconocer los resultados profundamente adversos de los comicios de Hidalgo y Coahuila. De esta forma continuó la tradición fundada por el actual presidente de la república y que tanto se usó durante el período de post campañas presidenciales previas al 2018: nunca sufrimos una derrota, fue un fraude.

De la misma forma en que Trump puede introducir a Estados Unidos en una crisis institucional profunda, la falta de madurez de casi toda la clase política nacional puede llevar a México a un enfrentamiento que dañe severamente el andamiaje institucional llevando la polarización que vivimos al punto de la confrontación directa, abandonando la política como vía para solucionar conflictos.

Solo queda seguir con cuidado ambos procesos y ejercer el poder ciudadano: votar para premiar o castigar y vigilar que se cumplan normas, procesos y acuerdos.

Quizá ese sea el único antídoto ante la demagógica negación de la derrota.

@HigueraB
#InterpretePolitico

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