En la primera plana de este medio informativo se publicó, el pasado 2 de febrero, la nota de María Cabadas: SEP planea quitar de los libros palabras “neoliberales” (http://eluni.mx/2eh1to). A raíz de esta nota, muchos medios de comunicación se han interesado en el tema, al considerarlo como un acto de censura de la Cuatrote. El tema central es que la SEP tipifica ciertos términos como “neoliberales”, que se utilizan en el ámbito educativo. Y dado que el gobierno de AMLO odia al neoliberalismo (como el Díaz Ordaz odiaba al comunismo), ha decidido borrar del vocabulario educativo todos aquellos conceptos que, en su opinión, recuerdan la Reforma Educativa de 2013, que ha etiquetado con esta orientación política, del mismo modo que lo hizo originalmente la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE).
Llama la atención que en pleno siglo XXI el gobierno actual tome una postura propia de gobiernos totalitarios y de escenarios distópicos, como la Alemania nazi de Hitler y la Unión Soviética comunista de Stalin, que censuraban el lenguaje (así como cierta literatura y obras de arte) por considerarla contraria a sus posturas ideológicas. Por su parte, la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, gira en torno a la quema de libros, advirtiendo del efecto monopolizador de las redes sociales que transformará a las generaciones venideras en una sociedad sin conexiones genuinas, sin pensamientos distintivos y con una dependencia excesiva de la tecnología.
Tanto en la vida real como en la imaginaria se ha intentado controlar el pensamiento de las personas a través de censurar el lenguaje que les resulta incómodo. Un ejemplo muy aleccionador es el de Thomas Bowdler que en 1818 se propuso expurgar las obras de Shakespeare con objeto de que pudiesen ser leídas en el seno de las familias, sin atentar contra las convenciones victorianas. Pedro Chamizo considera que (cito): “… el fenómeno de la interdicción lingüística relacionada con el tabú puede ser documentada en cualquier sociedad y en cualquier época histórica, aunque los objetos y los términos considerados tabú puedan cambiar de una sociedad a otra y de una época a otra; e incluso, dentro de una misma sociedad y una misma época dadas…”
Volviendo al caso de los libros de texto gratuitos, María Cabadas menciona que, entre otros términos, se consideran como neoliberales, los siguientes: calidad educativa, evaluación, competencia, productividad, sociedad del conocimiento, eficiencia terminal, rezago, cobertura y pertinencia. La razón de ello, explica la periodista, es que la SEP asocia estos términos con la Reforma Educativa del 2013 que, supuestamente, siguió las indicaciones de la OCDE, de ONG y de grupos empresariales. Con esta censura lingüística la SEP pretende terminar con el “sueño neoliberal” y dar pie a una nueva política educativa que responda a las necesidades del país.
Sin embargo, todos los términos antes mencionados no son conceptos neoliberales, sino indicadores que sirven para conocer el estado en que se encuentra la educación de un país, una entidad o una institución. Doy algunos ejemplos: calidad es sinónimo de excelencia (término que usa la Cuatrote); evaluación es el procedimiento para verificar el aprendizaje, competencia se utiliza para referirse a saberes, conocimientos, habilidades y actitudes en cualquier disciplina; eficiencia terminal se refiere a la proporción de estudiantes que concluyen un grado o ciclo escolar, con relación a la cantidad de alumnos que comenzaron sus estudios en un momento determinado; cobertura indica la proporción de niños y jóvenes que son atendidos por el sistema educativo en edad de recibir este servicio; rezago educativo se entiende como la proporción de estudiantes de 15 años que no han concluido la educación básica. Muchos de estos términos se utilizan en otros sectores, como es el caso de la calidad del agua, la pertinencia de los servicios de salud, la cobertura de los apoyos sociales.
Eliminar los indicadores para conocer la realidad educativa de México es un grave error, pues pondría al país a la deriva del resto de los sistemas educativos del mundo. Cambiarles de nombre, no afecta para nada la realidad educativa y, en cambio, sí dificulta trabajar con organismos internacionales (por ejemplo, la UNESCO, OEI, OCDE) que generan información estadística comparable con base en estos indicadores. Eliminar estos términos sería tanto como eliminar en el ámbito económico los conceptos de inflación, devaluación, productividad o Producto Interno Bruto; lo que no cambiaría el modelo económico del país, ni lo haría más rico o más pobre.
Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A.C.
@EduardoBackhoff