Las redes sociales han permeado a todas las sociedades del mundo y tienen presencia en las vidas privadas de las personas, en el quehacer público del gobierno y en los medios masivos de comunicación. De hecho, se puede decir que han cobrado vida propia y que son la principal fuente de información para la mayoría de las personas. Estamos hablando de plataformas digitales que surgieron a partir del desarrollo de Internet, como son los casos de Google, Twitter, Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.

Estas plataformas ofrecen la posibilidad a las personas de comunicarse entre ellas de manera eficiente independientemente de la parte del mundo en que se encuentren, a través de compartir textos, imágenes, audios y videos. Igualmente, permite a los gobernantes comunicarse directamente con los ciudadanos y responder de manera inmediata a cualquier necesidad de información. A los ciudadanos les permite denunciar cualquier abuso por parte del gobierno y alertar a la ciudadanía de problemas de toda índole. Finalmente, a los medios de comunicación les permite transmitir noticias simultáneamente a los acontecimientos que ocurren en cualquier lugar del planeta y lograr una cobertura noticiosa inmensamente mayor a la que se alcanza por otros medios, rompiendo cualquier tipo de barrera geopolítica. Por éstas y otras cualidades, el presidente de México se refirió a ellas como las “benditas” redes sociales; opinión que comparte la gran mayoría de personas que conozco.

No obstante, las redes sociales tienen un lado obscuro que muchas personas desconocen y que se expone con crudeza y todo detalle en el reciente documental de Netflix, The Social Dilemma, en el que se entrevistan a ex directores y especialistas de estas empresas mega millonarias que dominan el mundo de la comunicación digital. Para entender el dilema social, es importante partir de la premisa de que el fin último de estas empresas no es hacer un servicio social a la humanidad, sino generar el mayor dinero en el menor tiempo posible. Para ello, tienen que vender a las empresas espacios de publicidad, que aparecen de manera constante e intermitente cuando se utilizan estas aplicaciones. Entre más usuarios tenga la aplicación y mayor tiempo se utilice, mayor será su rating y, en consecuencia, mayores serán sus ganancias.

Para lograr que las personas estén “pegadas” literalmente al teléfono celular (o a otro dispositivo) se hace uso principalmente de tres ramas de la ciencia y la tecnología: la Informática, la Ciencias de Datos y la Inteligencia Artificial, y la Psicología. La primera permite la comunicación a alta velocidad y el almacenamiento masivo de información de los usuarios, que se guarda en redes gigantescas de computadoras altamente tecnificadas. La segunda, permite analizar y organizar la información de miles de millones de datos de manera ágil y eficiente, para que las máquinas “aprendan” de esta información y puedan modelar el comportamiento de las personas en el uso de estas redes. La psicología se utiliza para estudiar y modificar el comportamiento digital de los usuarios y lograr que éstos utilicen las redes sociales lo más frecuente posible y por largos periodos de tiempo.

Me detengo en la parte psicológica pues, me parece, que es la que menos se conoce. De esta ciencia se utilizan los principios de las Ciencias de la Conducta, que establecen que el comportamiento de los seres humanos (y otros animales) obedece a los estímulos y contexto donde se desenvuelven, así como a las consecuencias que generan. Por ello, las redes sociales utilizan estímulos que hacen que los usuarios presten atención y estén pendientes de sus redes sociales. La información que reciben los usuarios recompensa su atención, ya sea porque están de acuerdo con sus gustos y maneras de pensar o porque instigan la curiosidad. Estos estímulos pueden ser pequeñas dosis de información, textos, imágenes, noticias, sugerencias, comentarios o likes. Desgraciadamente, esta información puede no ser verdadera (fake news) y alimentar o reforzar falsas creencias. Esto se traduce en que cada persona, de acuerdo con su perfil, recibe información diferente sobre un mismo fenómeno o hecho. Las personas que piensan de una manera concreta, también, pueden recibir información contraria a sus creencias o afinidades, solo con la intensión de que su curiosidad la mantenga pegada al teléfono celular. Por ello, la polarización de una sociedad, como la mexicana, es muy redituable para empresas que manejan las redes sociales, porque mantiene la atención de los usuarios todo el día.

Parte de la actividad central de estas empresas es estudiar cómo la dosificación de estímulos personalizados modifica el comportamiento digital de las personas. Con esta información se generan perfiles de usuarios de acuerdo con sus preferencias en: likes, páginas, películas, contactos, afiliaciones, gustos diversos, etc. Para poder generar modelos matemáticos que predigan el comportamiento de los usuarios, se realizan experimentos sociales para saber qué tan bien funcionan dichos estímulos y cómo deben de dosificarse a lo largo del día. En la mayoría de los casos, las personas desconocen que funcionaron como “conejillos de indias” de dichos experimentos, ya sea porque no se les avisó, o porque estuvieron de acuerdo en las condiciones (en letras chiquitas) que impone la aplicación para su instalación.

La verdadera competencia entre las redes sociales radica en encontrar el mejor modelo para predecir el comportamiento de los usuarios que genere mayor tiempo de uso de las redes. Desgraciadamente, su uso intensivo se convierte en una adicción muy nociva y difícil de combatir, que compite con la comunicación presencial y con las actividades y responsabilidades de las personas. Esto es especialmente cierto para los adolescentes.

En conclusión, las grandes empresas de redes sociales no pretenden, como nos quieren hacer creer, que tienen un fin altruista de ayudar a la humanidad, como es el caso de otras aplicaciones de Internet (por ejemplo, Wikipedia). Sin embargo, al estilo orwelliano, sí tienen y controlan la información confidencial de los individuos: números de cuentas y tarjetas bancarias; claves de acceso a distintas aplicaciones; nombres, teléfonos y correos de contactos personales; conversaciones telefónicas; textos y archivos de correos electrónicos; fotografías; lugares geográficos donde se transitó, etc. Por todo ello, me pregunto: debemos bendecir o maldecir a las redes sociales.

Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A. C.
@EduardoBackhoff

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