En 2012, México estableció la obligatoriedad de la educación media superior (EMS), cuya universalización se alcanzaría en el ciclo escolar 2021-2022. De acuerdo con cifras recientes de la SEP, este nivel educativo cuenta con aproximadamente 5.4 millones de estudiantes, 420.5 mil docentes y 21.2 mil planteles. Por tipo de servicio, la EMS se divide en: Bachillerato general (64.6%), Bachillerato tecnológico (34.4%) y Profesional técnico (1%); por tipo de sostenimiento, en pública (85.1%) y privada (14.9%); y, por modalidad educativa, en escolarizada (93%) y no escolarizada (7%). La cobertura nacional de la EMS es cercana a 75%, 6 de cada 10 que ingresan a este nivel educativo lo concluyen a tiempo y la tasa neta de escolarización (15 a 17 años) del país es de 62.5%.

La meta de la universalización de la EMS está muy lejos de alcanzarse. Las razones son diversas: unas tienen que ver con los intereses y expectativas académicas de los jóvenes, que no empatan con el sistema educativo; otras, con la falta de pertinencia de la oferta escolar y la baja calidad de los planteles; y, otras, con la poca disponibilidad de espacios educativos en las zonas geográficas donde viven los jóvenes. A esto se le suma la baja preparación académica de los estudiantes, que les impide seguir aprendiendo, y la rigidez de sus planes y programas de estudio, que dificulta la movilidad entre planteles. Todo esto hace que los estudiantes no prosigan con sus estudios al terminar la educación básica, o bien, que abandonen la EMS antes de concluirla; condición que deja a los jóvenes en una especie de limbo social, en el que ni estudian ni trabajan. Según la OCDE, México es el tercer país de esta organización que tiene más jóvenes en esta condición.

Lo anterior viene a colación debido al interés que han expresado Claudia Sheinbaum (próxima presidenta) y Mario Delgado (futuro secretario de educación) de que todos los jóvenes que terminen la educación básica tengan la misma oportunidad de continuar con los estudios de EMS. En su pobre o escaso diagnóstico del problema –como lo hizo AMLO en su momento– culpan a los exámenes de admisión de excluir a los estudiantes y de estigmatizar a los planteles de bachillerato por su baja calidad educativa. Como resultado de esta pobre visión, han decidido eliminar el uso de las pruebas de conocimiento en los procesos de admisión de las escuelas preparatorias. En su lugar, han propuesto, que todos los estudiantes ingresen de manera automática al plantel más cercano a su hogar y que éstos tengan la misma calidad educativa, de tal manera que no haya preferencia por este factor.

Esta ocurrencia está fuera de la realidad y en lugar de resolver el problema de la inequidad educativa la agravaría más, por la sencilla razón de que las personas con mejores niveles socioeconómicos viven en zonas urbanas, donde se encuentran las mejores escuelas, mientras que las clases más vulnerables viven en la periferia de las ciudades y en zonas rurales e indígenas, donde se encuentran las escuelas con mayores carencias. Por otro lado, se obligaría a los estudiantes a inscribirse a un tipo de plantel que no es de su interés y se le cancelaría la posibilidad de ingresar a otro que, aunque esté más lejano a su hogar, sea de su preferencia. Este mecanismo reduciría el ingreso a la EMS y aumentaría la deserción escolar. A nivel operativo, sería muy difícil empatar la oferta educativa (vocación y calidad de los planteles) con los intereses y necesidades de los jóvenes, lo que ocasionaría que se creara un tráfico de influencias para ingresar a los planteles; problema que hasta ahora ya se había resuelto.

Eliminar la evaluación del aprendizaje de los procesos de ingreso a la EMS, manda una pésima señal a los estudiantes: esforzarse por aprender no importa. Se olvida que sin esfuerzo y motivación es imposible aprender de manera significativa. Por ello, aún, con todas sus limitaciones y sesgos, ante la falta de espacios escolares y las enormes diferencias en la calidad de los planteles, los exámenes de conocimiento (junto con criterios complementarios) representan, por ahora, la mejor forma de ordenar el ingreso de manera transparente, así como de combatir la corrupción asociada a la venta de espacios escolares. Adicionalmente, estos instrumentos generan información muy valiosa para los planteles sobre las habilidades y conocimientos con los que los estudiantes egresan de la educación básica y sobre las lagunas de aprendizaje con que ingresan a la EMS. Dicha información es útil para diseñar medidas remediales (ej.: cursos, asesorías) que eviten el abandono escolar por una mala preparación académica.

Utilizar el criterio de cercanía hogar-plantel para ingresar a la EMS en este momento es una mala idea. Como dicen los norteamericanos: “si algo funciona, no lo arregles” (…no lo vayas a descomponer).

Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa A. C.

@EduardoBackhoff

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