La pandemia del COVID-19, como ninguna otra calamidad, ha trastocado la actividad del ser humano. Esto se debe a su alto grado de contagio que imposibilita la interacción física de las personas. Ante la falta de una vacuna o tratamiento efectivo, el contagio se ha combatido a través del distanciamiento social implementado en casi todo el mundo. Si bien, el confinamiento de las personas aminora los contagios, también pone en riesgo las actividades económicas y sociales de los países, creando otros problemas igualmente severos como la pérdida de empleos, así como el incremento de la pobreza y de la inseguridad. Parte este problema puede ser resuelto con el uso de las tecnologías de la información (telefonía, correos, mensajería, video conferencias etc.). Sin embargo, también es cierto que muchas actividades del ser humano requieren de la presencia física y del trabajo en grupo. Pero, ante la realidad impuesta por el Coronavirus, por ahora, algunos sectores han empezado a utilizar intensivamente los medios electrónicos para continuar con sus actividades, como es el caso del sector educativo.​

En un artículo anterior me referí al programa “Aprender en casa”, puesto en operación por la SEP y dirigido a estudiantes de educación básica. Por su parte, las universidades mexicanas han implementado programas en línea para que sus estudiantes continúen con sus clases y reciban retroalimentación de sus maestros. Sus buenos resultados dependerán de la proporción de estudiantes y maestros que tengan Internet en casa, de la pertinencia de los materiales educativos disponibles, así como de la capacidad de los maestros y estudiantes para enseñar y aprender a través de estos medios. Un tema que no se ha podido resolver satisfactoriamente es el de la evaluación del aprendizaje en casa, ya sea para certificar la adquisición de conocimientos o como mecanismo para la admisión de estudiantes. Si bien, la tecnología actual permite administrar evaluaciones en línea, el problema radica en la desconfianza que, con justa razón, se le tiene a una evaluación que se realiza sin supervisión, sobre todo si de sus resultados depende la acreditación de una asignatura, la obtención de una beca o el ingreso a una universidad. ​

Para resolver este problema, en algunas universidades extranjeras se realizan evaluaciones a distancia donde un profesor supervisa, a través de la cámara de la computadora del estudiante, que éste responda el examen sin ayuda externa; es decir, sin consultar libros, apuntes o a personas. El protocolo de esta evaluación uno-a-uno requiere que el estudiante muestre, antes de empezar el examen, lo que está en su cuarto y alrededor de su escritorio. Igualmente, el estudiante sabe que está siendo observado por el profesor todo el tiempo y que una conducta sospechosa de su parte puede anular el examen o, bien, reprobarlo.​

Si bien, este mecanismo ha mostrado ser efectivo, el problema se agudiza cuando se requiere evaluar a miles de estudiantes a la vez, como es en el caso de los exámenes de admisión. Para resolver este problema, algunas compañías de software han desarrollado aplicaciones en las que “robots” informáticos vigilan el comportamiento de los estudiantes, a través de algoritmos complejos y con la ayuda de la Inteligencia Artificial. Para ello, el software toma control de la computadora del estudiante y registra su bio-comportamiento; por ejemplo, los patrones de tecleado y el comportamiento de los ojos. Los resultados del uso de estos programas no son muy alentadores todavía. Por un lado, incomodan en grado extremo a los estudiantes, que se sienten observados orwellianamente. Por otro lado, los alumnos reportan que el programa no les impide hacer trampa y que hacen lo posible por grabar el examen y compartirlo en redes sociales.​

Si las evaluaciones en línea no son confiables, ¿qué mecanismos de admisión se deben utilizar? Solo quedan dos posibles opciones: el azar y el promedio escolar. Sin embargo, no veo que nadie, en su sano juicio, quiera echar un volado para elegir a los futuros médicos de la UNAM o de cualquier otra universidad. Por otro lado, también sabemos que las boletas de calificación no son comparables, pues hay instituciones que “regalan” notas altas, mientras que otras son muy exigentes para otorgarlas. Entonces, nos quedamos como comenzamos: por ahora, no hay una solución al problema más que esperar que el nivel de contagio baje y utilizar medidas sanitarias para evaluar a los estudiantes de manera presencial sin comprometer su salud.​

Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A. C.​
@EduardoBackhoff​

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