La democracia se puede entender como una forma de convivencia social en la que sus miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen de acuerdo con mecanismos justos y transparentes. En sentido estricto, este sistema político es un tipo de organización del Estado donde las decisiones colectivas se toman en cuenta a través de mecanismos de participación directa o indirecta, que otorgan legitimidad a sus representantes. Entre los mecanismos de participación ciudadana, el de mayor importancia es el poder votar para elegir autoridades federales y locales, así como representantes del poder legislativo; aunque también existen otras formas de participación, como la revocatoria de mandato, las consultas populares, los referendos y los plebiscitos.
Para que una democracia pueda funcionar adecuadamente, es indispensable que la comunidad conozca sus derechos, para que los pueda exigir y ejercer a plenitud, lo que empodera y fortalece a los ciudadanos. Por ello, las sociedades más avanzadas --como Dinamarca y otros países nórdicos-- invierten en la formación ciudadana desde muy temprana edad; no es el caso de los países en vías de desarrollo, como México, que ponen poca atención a la formación de competencias cívicas en su sistema educativo. Esta afirmación está documentada en los estudios conocidos como ICCS (International Civic and Citizenshipen Study), en los que México participó en un par de ocasiones (2009 y 2016) y cuyo objetivo es conocer las formas en que los distintos gobiernos preparan a sus jóvenes para asumir su papel como ciudadanos. Estos estudios realizados por la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA) han mostrado que los estudiantes de 2º de secundaria muestran que, en promedio, los estudiantes mexicanos se identifican con los principios fundamentales en los que se basa el civismo y conocen el funcionamiento básico de las instituciones civiles, gubernamentales y políticas del país. Sin embargo, desconocen sus principales instituciones y las prácticas ciudadanas, así como la interconexión de estas instituciones con los procesos políticos. Igualmente, no logran comprender y aplicar los conocimientos para evaluar y justificar las políticas, prácticas y comportamientos cívicos y ciudadanos.
El próximo 2 de junio tendremos las elecciones más grandes de las últimas décadas, donde se elegirán, entre otros cargos a: un presidente de la República, ocho gobernadores, mil 802 alcaldes municipales, mil 98 diputados locales, 500 diputados federales y 128 senadores. En pocas palabras, estamos por elegir el futuro del país, como nunca antes. La disyuntiva general es si queremos continuar con el país que se ha construido en los últimos seis años o queremos cambiar de rumbo. Desgraciadamente, el país tiene poca conciencia cívica, por lo que una gran proporción de ciudadanos no ejercen su voto y dejan en manos de otros la oportunidad de decidir a quienes nos gobernarán y, por tanto, quienes decidirán el futuro del país. De acuerdo con el INEGI (2021) el porcentaje histórico de participación ciudadana en las elecciones presidenciales en lo que va del siglo ha sido de: 64% en 2000, 58.6% en 2006, 63.1% en 2012 y 63.4% en 2018. En números redondos solo ejercen su derecho de voto un poco más de 6 de cada 10 ciudadanos mexicanos. Parte de la razón que explica este comportamiento de la población es su falta de preparación, su desencanto con los partidos políticos y con los políticos que han demostrado, una y otra vez, que solo velan por sus intereses gremiales y personales.
La votación de 2024 presenta una condición inédita que confunde mucho a la ciudadanía: la formación de coaliciones de partidos políticos con principios, valores y propuestas diametralmente opuestas. Así, MORENA se junta con el partido VERDE y el PT, mientras que el PAN, el PRI y el PRD forman una coalición. Por otro lado, MORENA tiene en sus filas a una gran cantidad de políticos que fueron formados en el PRI, el PAN y el PRD, empezando por el propio presidente. En estas condiciones, ya no se trata de votar por un partido o coalición que se fundamente en principios sociales e ideológicos claros; pareciera que el puro pragmatismo se ha impuesto en los políticos mexicanos, con la idea de ganar las elecciones a como dé lugar. En política, los valores no importan, como bien lo expresó el comediante Graucho Marx, en su frase célebre: “Estos son mis principios, si no les gustan tengo otros.”
Una ciudadanía mal formada, poco interesada en participar en las elecciones y en un contexto altamente polarizado y confuso, solo tiene la posibilidad de votar por la afinidad con sus líderes: Xóchitl o AMLO. No serán las propuestas de gobierno las que influyan en el voto, ni siquiera el fracaso de las políticas cuatroteístas en seguridad, salud y educación, sino la confianza que se tenga en un alternativa.
Presidente de Consejo Directivo de Métrica Educativa, A. C.
@EduardoBackhoff