En el reporte Reabrir las escuelas en América Latina y el Caribe: Claves, desafíos y dilemas (BID y UNESCO) se afirma que el COVID-19 ha puesto en jaque los sistemas educativos, por haber modificado el pilar sobre el que se sostenía el proceso pedagógico de enseñanza y aprendizaje; que no es otra cosa que el modelo presencial de estudiantes y docentes en recintos escolares, donde se realizaba la mayor parte de las actividades educativas.
Si bien, la educación a distancia representó un alivio relativo para evitar una catástrofe de alcances inimaginables, este modelo pedagógico ha mostrado tener grandes limitaciones. En principio, porque no todos los estudiantes tienen la infraestructura (electricidad, señal televisiva e internet) y el equipo tecnológico necesarios (computadora y televisión) para acceder a los contenidos escolares y recibir retroalimentación de sus profesores. En los países latinoamericanos se calcula que cerca de la mitad de la población estudiantil se ha quedado completa o parcialmente marginada de los procesos educativos a distancia; condición que se observa particularmente en las poblaciones de mayor pobreza (indígenas, campesinos, proletarios, migrantes, desempleados).
Aun cuando los estudiantes cuenten con la infraestructura y equipamiento necesarios para participar en la modalidad educativa en línea, se ha documentado que el impacto negativo en su aprendizaje difiere sustantivamente de una población a otra. Por ejemplo, la pérdida de aprendizaje es mayor para los escolares de primaria y secundaria que para los de educación media superior y superior. Igualmente, el rezago educativo será más grave para los estudiantes que antes de la pandemia presentaban deficiencias en su aprendizaje. Está por verse en qué asignaturas y que competencias específicas la pandemia ha impactado con mayor y menor severidad (seguramente, será en matemáticas y en las ciencias duras). En números redondos, hay quienes estiman que, durante la pandemia, los escolares dedican al estudio un 30% menos de lo que acostumbraban hacerlo y que la pérdida de los aprendizajes esperados es superior al 50%.
Ante este panorama desolador, el estudio del BID y de la UNESCO recomienda que, para evitar que la crisis de los aprendizajes se convierta en una catástrofe generacional, urge que los países de la región abran sus escuelas, para lo cual se debe cumplir con lo siguiente: 1) mantener o aumentar el gasto público en educación, al menos, de 4% a 6% del PIB o entre 15 y 20% del gasto público, 2) emitir lineamientos claros para evitar la propagación de contagios, como el uso de cubrebocas y de gel antibacterial, la conformación de grupos pequeños de estudiantes, la programación de ingresos escalonados, el uso de espacios escolares con pocos estudiantes, 3) asegurar que todas los centros educativos y estudiantes cuenten con el equipamiento y conectividad necesarias, para continuar realizando actividades desde casa, y 4) contar o generar un sistema de indicadores escolares que permita el regreso a clases de manera planeada y ordenada.
En síntesis, debido al cierre de las escuelas, en la región se espera una pérdida importante de los aprendizajes escolares en todos los niveles educativos. Sin embargo, se desconoce a ciencia cierta la magnitud del deterioro cognitivo, aunque las estimaciones son muy pesimistas. La recuperación escolar dependerá de dos variables en cada país: la económica y la programática. La primera se resume al recurso extraordinario que las naciones destinen al sector educativo para atender la contingencia educativa; la segunda, se refiere a la planeación que cada nación diseñe para hacerlo de la manera más inteligente posible.
El gran reto que tiene México (como cualquier país) es lograr una recuperación educativa que sea equitativa, inclusiva y sostenible. ¿Podrá el Sistema Educativo Nacional afrontar exitosamente este reto, de tal manera que el deterioro en materia de aprendizajes no sea catastrófico? Veremos cómo procede el gobierno mexicano y la nueva Secretaría de Educación. Desgraciadamente, contamos con dos cosas en contra: la política de austeridad del gobierno, reafirmada recientemente por Delfina Gómez, y la falta de un sistema robusto de indicadores escolares del sistema educativo (como los que generaba el INEE). En estas circunstancias, sería importante aprender en cabeza ajena; es decir, analizar los casos de los países que ya han regresado a clases presenciales, para aprender de sus errores y aciertos; estrategia que, por cierto, no se la da naturalmente al gobierno de la 4T.
@EduardoBackhoff