En condiciones normales, la educación ha sido una tarea pendiente para los países en vías de desarrollo, pues no ha logrado reducir las desigualdades sociales y mejorar las oportunidades de aprendizaje de las poblaciones más vulnerables y desprotegidas socialmente, como es el caso de quienes se ubican en los deciles más bajos de ingresos o de aquellos cuyo idioma y cultura es diferente a la de la mayoría (indígenas, migrantes).

En condiciones de pandemia, la educación, como muchos otros ámbitos, está sufriendo una transformación cuyo alcance no alcanzamos a percibir con claridad. El impacto que traerá el COVID-19 para la población mexicana es incierto. Sabemos que afectará negativamente el proceso educativo, pero no sabemos hasta qué grado. Es de suponer que en todos los niveles escolares la matrícula bajará, el abandono educativo se incrementará y que los aprendizajes disminuirán. La pregunta obligada es ¿por qué se espera este impacto negativo en un sistema educativo, como el nuestro? La respuesta es simple, porque la pandemia ha obligado a cambiar el modelo en el que se sustenta(ba) el proceso educativo: de la presencia de grupos de estudiantes en los centros escolares acompañados por los docentes, a la educación a distancia en casa individualizada y aislada.

La disminución de la matrícula y el incremento del abandono escolar, seguramente, se deberá a la imposibilidad de algunas familias de proveer a sus integrantes los recursos tecnológicos indispensables (televisión, computadora e Internet) y los espacios físicos adecuados (con privacidad, iluminación y confort) para recibir los contenidos educativos a distancia y poder interactuar mínimamente con sus profesores de manera remota. La suposición de que el aprendizaje sufrirá una disminución significativa se apoya en la premisa de que éste se sustenta en las oportunidades que tengan los estudiantes para aprender. De manera muy reduccionista (pero práctica, para los propósitos de este escrito), las oportunidades para aprender se reducen a dos componentes esenciales, suponiendo que el estudiante esté listo y motivado para aprender: la calidad de la enseñanza (teórica y práctica) y la retroalimentación oportuna que reciban los estudiantes sobre su ejecución. Ambos componentes han dependido, usualmente, del docente frente a grupo quien, conociendo a cada uno de sus estudiantes, es capaz de identificar sus necesidades y orientarlos grupal e individualmente para alcanzar las metas educativas trazadas.

Sin embargo, la modalidad de educación a distancia rompe con las virtudes de un modelo presencial, que se sustenta en tres componentes: la enseñanza, la evaluación y el aprendizaje, los que se entrelazan y complementan para cumplir con la función fundamental de formar al estudiante en los distintos ámbitos. Con el modelo a distancia la instrucción se vuelve unidireccional, impersonal y mecánica; la evaluación se desdibuja y su función formativa (retroalimentando la ejecución del estudiante) se reduce a su mínima expresión (en el mejor de los casos) trasladando esta función educativa a los familiares que acompañen al estudiante en casa, la que se verá limitada por la preparación académica y la disponibilidad que éstos tengan.

Por lo que hemos podido apreciar, la pandemia no parece ceder y el mundo no sabe cómo reaccionar. Algunos especialistas visualizan tres posibles escenarios. En el primero, donde se desarrolle una vacuna pronto y no se afecte de manera importante la economía, se prevé que el modelo educativo tradicional retomará su rumbo, por lo que se regresará a clases y se continuará trabajando de la misma manera que antes de la pandemia. El segundo escenario, en el que no se encuentre una vacuna pronto, pero sí se desarrollen mejoras sustanciales en el tratamiento de la pandemia habrá un impacto en los profesores y estudiantes que estarán en riesgo de contagio. En la medida en que la educación no se imparta en los centros educativos, la pandemia seguirá impactando en los procesos de enseñanza, evaluación y aprendizaje. En este escenario habría que preguntarse cómo se deberá realizar una evaluación que sea válida y confiable y que sirva de ayuda para mejorar el aprendizaje de los estudiantes.

En el tercer escenario se prevé que no se encuentre una vacuna ni se mejore el tratamiento del COVID-19 pronto, por lo que todos seguiremos trabajando en casa y la enseñanza y la evaluación se tendrán que realizar a distancia. La enseñanza basada en lecciones televisivas o en presentaciones por video conferencias de los docentes seguirán resolviendo el problema de las clases teóricas que no requieren de prácticas. En este escenario la evaluación a distancia deberá transformarse de tal manera que se garantice su validez y se integre a la enseñanza para mejorar el aprendizaje ya que, por ahora, los programas educativos a distancia no realizan verdaderos exámenes de “aula”, lo que impide que se identifique y atienda a los estudiantes que presentan algún rezago en su aprendizaje.

Por otro lado, si las clases en línea difieren de maestro a maestro, de clase a clase y de casa a casa, ¿cómo se deberá realizar una evaluación que se adecue a las diferentes condiciones en que se otorga la instrucción? ¿Cómo verificar la igualdad de oportunidades de aprendizaje en condiciones de tanta variabilidad instruccional? El problema no se reduce a la disponibilidad de equipo de cómputo y de internet, sino a la variabilidad de las formas de enseñar y de las condiciones de los hogares para asegurar que los estudiantes tengan aprendizajes significativos. El aprendizaje en casa rompe con la idea de la uniformización de la enseñanza que, de alguna manera, aseguraba el aprendizaje escolar. Será necesario, entonces, transitar hacia un sistema educativo en línea que opere de manera adaptativa y que integre la enseñanza, la evaluación y el aprendizaje, de acuerdo con el progreso educativo de cada estudiante. Este sistema requerirá el uso de inteligencia artificial que utilice procesos automatizados, tales como la administración automática de materiales educativos para cada estudiante y profesor que se encuentre “frente” a un grupo de alumnos; de la administración de pruebas, la calificación automatizada y el diagnóstico personalizado; y, de algoritmos que ayuden a hacer recomendaciones automatizadas de mejora del aprendizaje.

Quizás la motivación que incentive las dificultades económicas que traerá la pandemia nos forzará a pensar de manera diferente y a desarrollar nuevos modelos y métodos de enseñanza, evaluación y aprendizaje. Aún en el caso de que los estudiantes regresaran a clases, el desarrollo de este tipo de sistemas sería de mucha utilidad como complemento de la enseñanza en las escuelas, si estuvieran disponibles día y noche. Especialmente esto sería cierto para los estudiantes cuyos padres no tienen una buena educación y cuyas condiciones de vida no favorezcan su aprendizaje.

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