Ya se había tardado, nomás la mitad del sexenio, pero el gobierno obradorista está cumpliendo fatalmente con la costumbre priísta de cuotas y cuates para el nombramiento de Embajadores y Cónsules. Lo bueno es que no eran iguales.

Unos días han transcurrido apenas en que la Cancillería dio a conocer poco más de una docena de nombramientos que no hace más que ratificar dos cosas: el desprecio por los diplomáticos de carrera para ocupar posiciones en el exterior y la designación de amigos, leales y compañeros de lucha para las mismas.

El elefante en la sala, al que nadie pareció querer hacerle el comentario oficial, fue la primera perla de esta sarta: la Embajada en España. Desde el 10 de septiembre pasado, en gira por Sinaloa, López Obrador anunció que invitaría a su gobierno a Quirino Ordaz Coppel y poco después se supo que la Embajada en Madrid sería el destino para el exgobernador priísta de Sinaloa.

Desde octubre terminó su gestión en Culiacán, por lo que se puede colegir que fue en noviembre cuando la Cancillería pidió al Gobierno del Reino de España el beneplácito para este nombramiento.

Pero hete aquí que en los nombramientos de reciente difusión NO está incluido el caso de España. Y sumado a eso, el Rey Felipe recibió hace unos días las cartas credenciales de un grupo nutrido de Embajadores de diversas geografías. ¿Y el de México? Lo peor es que comienza a permear de este lance es que no terminará en tardanza, sino en rechazo.

Pues nada. Ahí tiene López Obrador una parte de la repuesta del Gobierno Español a sus necedades históricas de exigir que el Rey de España pida perdón por lo sucedido durante la invasión hispana a nuestra tierra.

Lo de la tardanza de España para contestar la propuesta de Quirino Ordaz es parte de una respuesta que seguramente tendrá otros capítulos que estarán por verse, quizá en el terreno de los arbitrajes internacionales, que Iberdrola desatará ante las impertinencias de la iniciativa Bartlett, vistos con simpatía y arropo por parte del Gobierno Hispano.

La carta enviada al Rey Felipe de España, que se hizo perdidiza en la Presidencia cuando por Ley de Transparencia alguien la solicitó, no se va a quedar así nomás. Además de no merecer respuesta por escrito, si es que la hubo, el Gobierno del Reino reciprocará la hostilidad y rabia rezumada de las que ha sido objeto por este Presidente, tanto en sus conferencias mañaneras como en diversos discursos.

La tardanza o rechazo para que Quirino Ordaz ocupe la oficina en la Carrera de San Jerónimo, mirando por la ventana a los leones de bronce que custodian la entrada del Congreso de los Diputados en el corazón madrileño, se sintetiza en una palabra que usaba mi abuela: descolón.

La Embajada en España ha sido durante los años un oscuro objeto del deseo, tanto para diplomáticos de carrera como para suspirantes políticos por estar dentro de lo que en el servicio diplomático llaman la Ruta Revlon .

Es tan rutilante ser embajador ahí, que históricamente han dejado su huella personajes de tanta alcurnia como Juan Nepomuceno Almonte, hijo nada menos que del Cura José María Morelos y conservador que alentó la llegada a México de Maximiliano; el poeta Amado Nervo y Juan Sánchez Azcona. Todos con nombre actual de calle.

Lázaro Cárdenas decidió suspender en 1940 las relaciones con el Gobierno de Francisco Franco un año después que el ‘Caudillo’ ganara la guerra civil con la que salió del poder Manuel Azaña, cabeza visible de la Segunda República. Tata Lázaro mantuvo relaciones diplomáticas con el Gobierno Español en el Exilio que ante la simpatía Cardenista se estableció en México con toda la historia que sus refugiados comportan, incluido el barco Sinaia y los Niños de Morelia .

Fue hasta 1977 cuando José López Portillo sintió hervir algunos mililitros de su sangre que trajo a América en el Siglo XVI uno de sus antepasados. Casi al ritmo de castañuelas y Sardanas, se tardó solamente un tercio de año para reparar la ausencia de relaciones diplomáticas entre México y España, las cuales reestableció en medio de jolgorios, cantos de fanfarrias y reivindicación de sus raíces hispanas, pese a que éstas tenían distancia de más de tres siglos.

Henchido de fervor hispano, López Portillo hizo una gira que incluyó no solo la capital de la piel de toro, sino que fue a caminar por las calles de Caparroso , el pueblo de la Rivera Navarra de donde salieron sus antecesores buscando las américas. Compañeros reporteros testigos de ese periplo presidencial recuerdan, 43 años después, a un Presidente de México como enajenado y jugando por las calles de un pueblo Navarro como niño con zapatos nuevos traídos por los Reyes Magos.

Las recién reabiertas relaciones diplomáticas con España ameritaron un trance igual al que nos encontramos ahora: el nombramiento de un Embajador.

López Portillo consideró que era una buena oportunidad para sacar del ostracismo al expresidente Gustavo Díaz Ordaz, guardado en el olvido por el gobierno del hoy centenario Luis Echeverría por el affaire del ‘68, pero su breve gestión que no duró ni un mes provocó un tropezado reinicio de la relación.

Díaz Ordaz botó el cargo de la Embajada sin decirle a nadie y sin presentar ninguna renuncia. Quienes vieron cómo sucedió eso, narran que todo iba bien hasta que llegó el día en que el expresidente habría de presentar sus cartas credenciales al entonces Rey Juan Carlos.

Vestido de supergala, acompañado por el introductor español de Embajadores, departía en el lobby del lujoso Hotel Ritz del Paseo del Prado, a solo una cuadra del Museo del mismo nombre, hasta que llegó un hombre mexicano vestido de civil, pero con inconfundible planta de militar.

Le pidió que se apartara del grupo ya que se dijo portador de un mensaje que debía transmitirle en privado.

Narran que después de haber oído el mensaje, que nadie supo de quién era ni cuál su contenido, el rostro de Díaz Ordaz se volvió de piedra y con una carroza dorada esperándolo a la puerta del Ritz y vestido de etiqueta protocolaria no tuvo otra que dirigirse hacia el vetusto transporte que lo llevó ante el Rey al histórico Palacio de Oriente que albergó a los Reyes de España hasta Alfonso XIII, que de ahí salió por la hostilidad de la República que ya gobernaba el país.

El Cónsul Brito, presente en esa época en la representación, narraba que el escaso mes que transcurrió después de ese día se le vio poco a Díaz Ordaz por la Embajada, hasta que una mañana llegó el expresidente a la oficina del Cónsul, apenas se asomó a la puerta y le dijo que se ausentaría unos días porque debía ir a Barcelona.

Y es que Díaz Ordaz tenía un serio padecimiento oftalmológico, que la picaresca popular le atribuyó alguna vez a un golpe que le dio con un fuete una amiga considerablemente cercana originaria de Chiapas, durante uno de esos diferendos de pareja que algunos conocen bien.

El expresidente habría de ir a atenderse el mal a la clínica del mundialmente prestigiado Doctor Joaquín Barraquer.

Nadie sabe si fue a Barcelona, pero lo que si resultó cierto es que nadie lo volvió a ver y aventó el cargo con la vergüenza que eso significó en términos diplomáticos hacia el Gobierno del Reino.

Eso es historia, pero la realidad de hoy es que no se ha conocido que aquel país haya otorgado el beneplácito para que Quirino Ordaz vaya a ocupar la oficina de la Embajada mexicana en el centro histórico de Madrid.

De pena ajena, pero España está citando a un clásico: “ Tengan para que aprendan ”.

LA DE CUATES.

De repente, la historia se volvió prenda para desempeñar labores diplomáticas. Los especializados en la disciplina Pedro Salmerón y Eduardo Villegas súbitamente fueron nominados para ganar más que López Obrador y además con dólares provenientes del petróleo.

Salmerón irá a la Embajada en Panamá y Villegas a la de Rusia. Meteórico el tema. Y todo por el enorme mérito de la cercanía al sol que irradia destellos históricos desde el Palacio Nacional.

Sin considerar los señalamientos por parte de alumnas Itamitas y Pumas contra Salmerón por eventual acoso, de Villegas solo hay que argumentar su enorme mérito de ser coordinador en el organismo fantasmal conocido como Memoria Histórica y Cultural. No hay que quejarse mucho, porque nos fue peor y salió más caro cuando López Portillo ordenó financiar las contrataciones y las giras mundiales de la Orquesta Filarmónica de México, capricho caro de Doña Carmen. Hoy día, no habrá aceptado el epíteto de Primera Dama, pero de que tiene caprichos, los tiene. Ahora, ‘recomendó’ Embajadores, pero en la Cancillería se comenta sobre las “cónsules de la memoria” que en número de unas 20 fueron enviadas a Europa para integrarse a un proyecto “secreto” enfocado a reclamar reliquias para su exposición de los 200 años en el Museo de Antropología. De que la historia tiene su peso, vaya que la tiene.

Otro de los nombramientos en la Cancillería comporta un conflicto de intereses que no ha sido considerado, ni siquiera mencionado. Es en el caso de Pablo Monroy Conesa, catapultado por su jefe el subsecretario de América del Sur, Maximiliano Reyes, para ser Embajador en Perú pese a no haber recorrido los ascensos diplomáticos hasta ser Ministro. Es como hacer Jefe de Región Militar a un Teniente Coronel.

Parece que a nadie le importa el conflicto de intereses que supone el que el Señor Monroy, en el uso de su plena libertad apegada a derecho, tenga una relación con una ¡diplomática Peruana! Lo que hace uno por estar cerca de la familia, aunque sea política. Todo sea por ir a comer Palta y Cancha a la Lima de Chabuca Granda, cantando el Amarraditos de Pedro Belisario. Y en la Cancillería aceptándolo por capricho –también- del Subsecretario Reyes.

Les deseo un gran día de sol.

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