Tal como se había previsto, López Obrador cada día tiene que ponerle más animosidad a sus posicionamientos públicos, tanto por el desgaste natural de sus pastorales y repetitivos salmos matutinos como por la fuerza que han tomado quienes poco a poco han comenzado a arrebatarle fragmentos de la agenda política nacional.
No son cosa menor los más de mil días de Gobierno, que ya pesan en todos sentidos, y las más de 800 conferencias mañaneras que a fuerza de repetitivas y kafkianas llevan su propia fuerza de gravedad.
El resultado de esta circunstancia es un Presidente cuyos pronunciamientos públicos son cada vez más radicales, purulentos y en buena medida rabiosos.
Denota ser un Presidente irritado, cada vez más rudo hacia sus opositores y con frases que cada vez más necesita escalar en su intento por no dejar que le quiten las banderas, los protagonismos y la determinación de la agenda política.
Todo el mundo comenta que López Obrador es un comunicador extraordinario y se dice a partir de que ha sido prácticamente el único dueño de los temas y los distractores.
Desde sus tiempos de activista, aspiraba a un espacio que le pudiese conferir el dominio de la agenda, tal como lo logra con la comparecencia diaria del Salón de la Tesorería.
Y es que la conferencia mañanera siempre estuvo en la mente del opositor López Obrador. Bastaría preguntárselo a César Yáñez.
Apenas ganó la elección para Jefe de Gobierno, López Obrador puso a funcionar sus mejores oficios con sus amigos directivos de una televisora trascendente.
Anunció su primera conferencia mañanera, que entonces la hizo a las seis de la mañana, y convocó a todos los medios.
No solo inventó el mecanismo de comunicación política más tempranero del sistema y el de mayor penetración, sino que se aplicó para que fuese difundido profusamente por la televisión y para ello tocó las puertas exactas en Avenida Chapultepec, de manera señalada.
De hecho, las primeras conferencias mañaneras que dio en diciembre de 2000 fueron continuamente referidas en el canal de televisión de mayor difusión nacional, pero en principio se consideró un exceso en la televisora.
Pasaron unos días en que López Obrador se dio a la tarea de convencer a quien había que hacerlo. Habló, visitó, se esforzó e intentó diversas cosas.
Invitó a comer en un céntrico restaurante al conductor estelar de entonces del programa matutino, con el claro propósito de que la mañanera estuviese presente en el canal de televisión de mayor rating del país y también buscó que en una de esas, el conductor referido pusiera la conferencia “ahí como cosa suya’, cual si revivieran los tiempos de Mauro Jiménez Lazcano.
El resultado de sus acercamientos fue que se informaría lo sustancial de sus conferencias a través de un reportero que haría un enlace en vivo al terminar la mañanera del GDF, que entonces no duraba mucho más de una hora.
Qué tiempos aquellos ante lo que sucede ahora con la masiva y obligada difusión de la conferencia mañanera, en la que López Obrador se ha convertido en un émulo de los caballeros andantes del Echeverrismo.
ESOS EMISARIOS DEL PASADO
El discurso oficial establecido en esa conferencia de las mañanas ha llegado ya al extremo de fijar como verdad inapelable que la Patria consiste en lo que diga el Presidente y que los disidentes con su palabra son desleales, como poco, y traidores a la patria merecedores de un juicio formal patibulario.
Lo que está pasando y sus posibles consecuencias recuerdan episodios que ya vivimos en México y que parecían superados.
La parte final del Gobierno de Luis Echeverría Alvarez es un buen ejemplo de crispación política como la que se vive ahora por la animosidad y sevicia oficiales
Populista que era, Luis Echeverría creó las condiciones para colocar como rival y contendiente a los empresarios del llamado Grupo Monterrey.
Echeverría era hijo del nacionalismo revolucionario que alguna vez fue el sustento del discurso priísta que trataba de darle entramado ideológico al partido, con aires libertarios. Su cercanía familiar con José Guadalupe Zuno Hernández, alguna vez Gobernador de Jalisco, le reforzaba ese sentido ideológico.
López Obrador no inventó nada con ese modo de cargar las culpas de todo al pasado, y a aquellos que no están de acuerdo con él.
En sus discursos públicos, Luis Echeverría llamaba “Emisarios del Pasado” a todos esos que hoy Amlo ha caracterizado como “adversarios” y “conservadores”, a los que necesita como bolsas para punch, en los cuales soltar sus mejores ganchos de palabra.
El populismo de Echeverría Alvarez era característico y su línea discursiva necesitó, como el Obradorismo, de los molinos de viento a los que había que embestir con sus lanzas para demostrar a sus huestes que estaban en movimiento y por tanto en combate contra sus oponentes, así fuesen fabricados o de un mundo imaginario.
Como ahora, no importaba que el discurso no empatara con la realidad. Bastaba que diera contenido a una narrativa que los publicistas y matraqueros luego pudieran vender a través de los medios disponibles.
Ante las constantes referencias hostiles, los empresarios de Monterrey se encapsularon para defenderse y alguna vez tuvieron la ocurrencia de reunirse en un lugar de Chipinque, cercano a Monterrey y hoy considerado Parque Ecológico.
Se reunieron para diseñar su estrategia ante los embates de Luis Echeverría.
Por supuesto que los servicios de inteligencia le informaron a Echeverría Alvarez sobre esa reunión y no faltaron los discursos públicos del Presidente, cual si López Obrador lo hubiese instruido, ridiculizando a los empresarios y señalándolos como autores de una conjura contra su gobierno.
Todavía no existía algún publicista con inventiva como los de Amlo y por eso nadie dijo que era parte de un “golpe blando”.
La relación habría de tensarse todavía más con el asesinato de un líder natural del Grupo Monterrey: Eugenio Garza Sada.
Durante el secuestro que le ejecutaban miembros de la Liga Comunista 23 de Septiembre, el considerado fundador del Grupo Monterrey e ideólogo de ese sector nacional murió por disparos de arma de fuego.
En sus megalomanías, Luis Echeverría tuvo la ocurrencia de ir al funeral de Garza Sada. Además de que todos lo ignoraron, cuando no lo despreciaron, hubo quien vio volar un zapato dirigido a Echeverría.
Esa relación nunca se compuso.
Muerto Eugenio Garza Sada, el mascarón de proa del empresariado fue Andrés Marcelo Sada Zambrano, quien desde la Presidencia de la Coparmex y la Unión Social de Empresarios de México se volvió el enemigo público número uno.
Y contar todo esto para llegar a la misma historia. Desde la tribuna de la Cámara de Diputados se le llamó ¡TRAIDOR A LA PATRIA!, a Sada Zambrano por sus posicionamientos públicos en favor del empresariado.
Y el propio Echeverría alguna vez dijo de Andrés Marcelo que era “un ente nocivo para la sociedad”. Nada más, pero nada menos.
LOS OCURRENTES DE MORENA
Quien no considera su historia está condenado a repetirla.
Valdría la pena que López Obrador deje de inspirar el nuevo capítulo de linchamiento histórico que los dirigentes de su partido operan sobre los diputados que votaron como grupo opositor para concretar lo que ya sabían: que su iniciativa de modificación constitucional en el terreno de la industria eléctrica sería rechazada en San Lázaro.
La campaña que desde Morena impulsan y que es aplaudida cada mañana en el Salón de la Tesorería ya sabemos que tiene antecedentes, estamos conscientes desde dónde la están insuflando, pero no sabemos dónde va a terminar.
El ambiente de crispación y enfrentamiento que provoca puede tener consecuencias sobre las personas, patrimonios y tranquilidad de muchas personas.
Y todo por el ardor presidencial al que derrotaron por todo lo alto. Ya sabemos que le enerva y descompone perder y por eso la campañita, repetida en el tiempo.
Ni en eso son originales.
Les deseo un Gran Día de Sol.
FB: Eduardo Arvizu Marin
www.arvizumeduardo@gmail.com