Durante más de siete décadas se fue construyendo cuidadosamente con amplias reflexiones teóricas toda una elaborada doctrina relativa al respeto y protección de los derechos humanos basada en principios aparentemente inconmovibles como la universalidad, la interdependencia, la indivisibilidad, la progresividad y la existencia de normas internacionales consideradas incluso de una jerarquía superior a las disposiciones de derecho interno. Se creó así la idea de un derecho internacional de los derechos humanos. En torno a esos conceptos surgieron tribunales con jurisdicción supranacional para garantizar el respeto a tales derechos consagrados en tratados y convenciones redactadas con esmero y acuciosidad.
Todo ese bagaje jurídico cultural se edificó a partir del repudio mundial a las atrocidades del nazismo, con el propósito de impedir que se repitiera la barbarie contra grupos humanos indefensos. Las principales víctimas de tan brutal comportamiento fueron los judíos y paradójicamente hoy vemos hecha añicos esa doctrina por el brutal comportamiento del gobierno de Israel.
Quiero ser muy claro para que no me cuelguen la etiqueta del antisemitismo que de manera hipócrita emplean los conductores de la masacre al pueblo palestino para descalificar a quienes se atreven a criticar esas acciones que constituyen terrorismo de Estado, caracterizado por el ataque a una población civil inerme. Es pues, importante aclarar que no tengo nada contra el pueblo judío del cual han surgido grandes figuras de la historia en diferentes ámbitos y es admirable por su resiliencia y su capacidad para construir una nación en muchos sentidos ejemplar. Tengo grandes amigos dentro de la comunidad judía a quienes profeso respeto y afecto. Además sabemos que dentro de la propia población israelí y en comunidades ubicadas en otras latitudes se ha manifestado rechazo a la agresiva política de Netanyahu y los mandos de su ejército. De modo que no se puede condenar al pueblo judío en su conjunto por la salvaje conducta de sus gobernantes, como no se podía culpar al pueblo alemán por el comportamiento de los nazis; pero una de las más deplorables consecuencias de lo que está ocurriendo en Gaza, es la absoluta pérdida de la fe en esa doctrina que pretendía asegurar el respeto universal a los derechos humanos y ha quedado descalificada desde el momento en que a ciencia y paciencia de la comunidad internacional se realiza tal abuso sin que nadie pueda detenerlo. El derecho internacional de los derechos humanos ha quedado exhibido como una ridícula ficción y los procesos de calificación que la Unión Europea o los Estados Unidos suelen aplicar a lo que ocurre en otras naciones, han perdido por completo su autoridad moral.
No es posible que en pleno siglo XXI constatemos de nuevo que la única ley imperante en las relaciones internacionales es la del más fuerte. El poderoso impunemente dispone de la vida de miles de inocentes y hasta se da el lujo de admitir la realización de ataques sobre campos de refugiados, hospitales y escuelas que se suponían refugios intocables en atención a la naturaleza humanitaria de sus funciones.
Con gran desencanto veo que podrían suprimirse todas las cátedras y cursos que impartimos sobre derechos humanos, los cuales sirven para lo mismo que la famosa Carabina de Ambrosio.