Los Juegos Olímpicos de París despertaron en mí la nostalgia. Me recordaron mis inicios como cronista deportivo en México 68 cuando tuve la oportunidad de narrar el basquetbol desde el fantástico Palacio de los Deportes. También cubrí como reportero los trágicos Juegos de Munich en 1972. Después llegué a la función directiva del deporte nacional en 1977 como Presidente de la Confederación Deportiva Mexicana. Desde entonces propuse un programa de seguimiento a 10 años para lograr la maduración del gran talento deportivo de nuestros atletas, a los que se debe apoyar desde muy temprana edad y seguir con disciplina su evolución.
Nada se compara con la emoción de ver competir a los mexicanos en unos Juegos Olímpicos; se exalta nuestro nacionalismo pese a que no se registren progresos en su actuación. Desafortunadamente en casi 50 años no ha habido continuidad en el desarrollo del deporte nacional.
Disfruté mucho las competencias, pero algo faltaba en el Stade de France, uno de los principales símbolos del olimpismo: ¡el Fuego Olímpico! que debería haber iluminado la participación de los atletas que dedican su vida entera para llegar a ese momento. En lugar de ello París 2024 tuvo la pésima idea de romper con una tradición milenaria y dejar al fuego olímpico —que ni fuego era— flotando en un globo en medio de las Tullerías, donde no se llevó a cabo ninguna competencia. Un desacierto del Comité Organizador. El Fuego Olímpico tiene un valor simbólico que enlaza al presente con el pasado, por eso cada 4 años se traslada la antorcha prendida desde Olimpia como recuerdo sagrado del origen del Olimpismo. Esa tradición, mancillada esta vez, volvió profano lo que era sacro, y convirtió la llama que debió inspirar a los atletas, en una atracción turística en la que se imita al fuego con luces LED. Su destino era brillar en el estadio para los competidores, no servir de entretenimiento a los turistas.
A esto se unen las quejas de los atletas por una Villa Olímpica en la que no podían descansar por el intenso calor y la falta de aire acondicionado; las incómodas camas de cartón; baños compartidos por 5 atletas; comida inadecuada, supuestamente vegana, para deportistas de alto rendimiento cuyos requerimientos de dieta son muy especiales, pues necesitan recuperar fuerzas para competir. ¡Qué diferencia con las magníficas instalaciones de la villa para periodistas en la que me alojé en Munich 72! También una enorme diferencia con las excelentes instalaciones olímpicas que se construyeron en México 68 y una Villa Olímpica que hasta la fecha se conserva como unidad habitacional.
En París olvidaron que la ciudad sede se elige para que los Juegos se celebren en ella, no con el propósito de utilizar los Juegos para celebrar a la ciudad. Son los atletas y el deporte los protagonistas, no la ciudad, por más hermosa que esta sea.
De la clausura no puedo decir gran cosa, no es que estuviera mal organizada, sino mal concebida y después de una hora de presenciar un espectáculo lúgubre y tenebroso, que me provocó dolor de cabeza, preferí ver otra cosa. Supe después que los atletas también se aburrieron y empezaron a divertirse por su cuenta. Lástima que me perdí la participación de Tom Cruise, pero eso ya es Los Angeles, no París.
Investigador de El Colegio de Veracruz y Magistrado en retiro. @DEduardoAndrade