El calvario vivido este año por el afroamericano George Floyd, cuya muerte a raíz de un episodio de abuso policial con tintes de racismo, llevó a incendiar prácticamente la ciudad de Minneapolis, donde ocurrieron los hechos, contagió con furia y rabia contenida por la población afrodescendiente de las principales ciudades de Estados Unidos e incluso en algunas de Europa cuyas minorías se identificaron y solidarizaron con el caso, en la mayor oleada de protestas por la igualdad racial desde 1968. Enmarcadas hace medio siglo en el movimiento Black Power, y que hoy han resurgido con el nombre de Black Lives Matter, las protestas de la población afroamericana contra el racismo y en demanda de igualdad detonaron con una fuerza inusitada, pese al confinamiento y restricciones de movilidad impuestos por la pandemia de Covid-19.

Con la politización que ha surgido en el mundo, y ante gobiernos populistas como el de Donald Trump y de otras partes del mundo, el asunto del racismo, al igual que el asunto de la causa feminista, se convierten en movimientos sociales que detonan con gran fuerza precisamente por las contradicciones sociopolíticas que se viven bajo tales regímenes, y que ni la pandemia o el confinamiento han podido apagar.

Probablemente en la década de los años 60 del siglo pasado, cuando brotaron estos temas, el mundo jamás se habría imaginado que más de 50 años después la sociedad tendría que estar protestando y seguir alzando la voz para erradicar las desigualdades, y que pasado todo ese tiempo, todavía se estarían viendo problemas de libertades civiles por el color de piel.

En México, el racismo es un tema del que no se quiere hablar, que incluso muchos son los que piensan que no existe, pero que ya en 1994, con el nacimiento del movimiento zapatista, se hizo evidente que nuestros pueblos indígenas siguen relegados, puestos a un lado en el camino del progreso.

Pero sería un error creer que el racismo mexicano se limita sólo al sector indígena. Si bien son ellos quienes más han padecido esa discriminación, existen todavía muestras de superioridad y desprecio en la vida cotidiana de pueblos y ciudades, donde se considera que una piel más blanca es sinónimo de civilidad y progreso, mientras que mayor pigmentación es visto como lo contrario.

El asunto del racismo en México eventualmente se tendrá que abordar, ya que claramente sigue habiendo discriminación, y una estratificación social basada en la pigmentación de la piel. Cuando haya igualdad para todos, éste será un país distinto y mejor.

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