El hallazgo de dos cuerpos desmembrados de menores de edad, la semana en la capital del país, arroja varios datos sobre la presencia del crimen organizado en la Ciudad de México.
En primer lugar, la delincuencia ha hecho del Centro Histórico su principal sitio de operaciones. Distintos gobiernos capitalinos dejaron en el olvido esa zona, lo cual, sumado a la intensa actividad comercial –principalmente de productos pirata– y a la prevalencia de una calles prácticamente vedadas para las corporaciones de seguridad, desarrollaron áreas sin ley donde se incubaron los grupos que hoy controlan el tráfico de drogas y el narcomenudeo. La regeneración de espacios se vuelve un tema de compleja solución para las alcaldías y el gobierno central.
El asiento de las principales bandas delictivas se encuentra en las añosas vecindades del Centro Histórico; “al menos 10”, según informes de la autoridad capitalina. De manera ilegal se han apropiado de esos espacios despojando principalmente a comerciantes que tenían bodegas en esos inmuebles. Desde allí planean sus acciones e incluso también ahí asesinan y torturan a enemigos, según una investigación oficial que hoy da a conocer este diario.
Otro dato es que el crimen organizado en la capital repite el fenómeno que se ha presentado en otras ciudades y regiones del país: jóvenes y menores de edad se convierten en la carne de cañón de las bandas delictivas. Sectores marginados (escasos recursos, con acceso sólo a la educación básica, usualmente con problemas familiares, con frecuencia de zonas indígenas) son los principales generadores de reclutas para las filas del crimen, reclutas que se vuelven literalmente escudos humanos y además son desechables.
Los tres niveles de gobierno a lo largo y ancho del país aún se encuentran en deuda con los menores de edad para brindarles protección y generar condiciones para que tengan acceso a un futuro digno.
Un último dato es que la detención y descabezamiento de grupos delictivos no frenan sus actividades ilegales. Combatir la impunidad —investigación y captura de presuntos responsables de hechos como el de la semana pasada— debe ser la otra pinza que apriete al crimen.
Ya se ven muy atrás los años en que la Ciudad de México fue un oasis mientras otras entidades derramaban violencia. Los grupos que hoy operan en la capital parecen escalar el nivel de sus delitos, sin que les importe la acción de la justicia. No permitir la impunidad tiene que convertirse en acción obligada, pues la falta de sanción sería una carta blanca para la operación de criminales. La autoridad tiene la última palabra.