Cuando un estado no puede garantizar a su población una infraestructura social y económica en la que las familias cuenten con acceso y oportunidades para, a su vez, al interior de cada hogar sus niños y adolescentes puedan dedicarse exclusivamente al estudio, porque tienen ya todas sus demás necesidades básicas cubiertas, se puede decir que el gobierno le ha fallado a sus gobernados.
Pero, cuando la necesidad apremia y pocas son las opciones de progreso, las familias deben echar mano de todos sus miembros para allegarse recursos de la manera que sea, con lo que niños apenas entrados a la adolescencia —o tal vez aún más chicos—, se ven en la necesidad de tener que aportar su fuerza de trabajo para levantar la economía familiar.
En el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, que se celebra hoy, hay que detenerse un rato en reflexionar lo que cada sociedad puede hacer para evitar el trabajo infantil que, según los cálculos más conservadores, podría estar involucrando tan solo en México a más de 3.3 millones de niñas, niños y adolescentes, cifra que podría incluso crecer más porque las condiciones y expectativas simplemente no mejoran.
Y preocupante es que de esos más de tres millones de niños ocupados, más de medio millón lo constituyen niñas y mujeres adolescentes realizando actividades consideradas peligrosas o de gran riesgo, como lo ha revelado en años recientes la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil. Llama la atención que en México, la mayor cantidad de niñas y niños involucrados en trabajo infantil, se concentran en estados de la República con altos índices de marginación.
Con un sistema que ha cancelado programas de ayuda y proyectos de mejora educativa como lo son las escuelas de tiempo completo, miles de niñas, niños y adolescentes son lanzados a la calle por mucho más tiempo, en donde muchos de ellos buscarán alguna actividad que les deje un ingreso económico que, según revelan informes al respecto, puede llegar a ser hasta de 70% menos de lo que se le paga a un adulto por la misma labor y casi todos desenvolviéndose en la informalidad.
Es tiempo de subsanar esa gran deuda que se ha contraído con la niñez mexicana, donde ninguna niña o niño se tenga que ver de nuevo obligado a realizar labores para las que no está física o mentalmente preparado. Mejorar su situación es parte importante de un mejor futuro no solo para ellos, sino para el país entero.
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