La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido que las repercusiones económicas y sociales generadas a partir de la crisis sanitaria por el Covid-19 podrían prolongarse durante décadas, profundizando a niveles insospechados las desigualdades y la diferencia de clases, con el muy probable estallido social a escala global y en donde los más afectados serán sin duda los jóvenes que enfrentarán una falta de oportunidades sin precedentes.

Y es que tras la contracción del campo laboral, vendrán también duros impactos contra los sistemas escolares de prácticamente todo el planeta, que se materializarán en drásticas reducciones de presupuesto, cancelación de carreras y programas de estudio, y cierre de centros de investigación y desarrollo tecnológico, cancelando a millones de estudiantes de todos los niveles la posibilidad de contribuir y retribuir a la sociedad la educación que han recibido.

Y no es que antes de la pandemia todo marchara sobre ruedas, pues ya se venía arrastrando de tiempo atrás un rezago entre la población juvenil lo mismo de acceso a la educación como de falta de oportunidades de empleo bien remunerado, por lo que la crisis sanitaria en muchos casos ha venido a descomponer lo que de bastante tiempo antes ya acusaba signos de desgaste, por ejemplo, en la incapacidad de los gobiernos por garantizar un entorno económico que se tradujera en empleos formales, de ahí que un gran porcentaje de los jóvenes sólo hallen refugio en la informalidad.

Según las cifras de la OIT, antes de la pandemia se tenía el registro de 267 millones de jóvenes desempleados o sin acceso a escuelas en todo el mundo, y a los que pronto podrían sumarse otros 178 millones que laboraban en empresas e industrias que se vieron obligadas a suspender actividades por el confinamiento, puestos de trabajo que en muchos casos se han suprimido y que tal vez ya no sea posible restituir una vez superada la crisis de salud.

Se trata de un momento muy dramático, pues para un gran porcentaje de los estudiantes en todos los países pero en especial en las naciones subdesarrolladas, se hizo evidente la desigualdad en la que viven, al no poder seguir las clases en línea por falta de recursos.

Habrá millones más que al salir se encuentren con la desagradable sorpresa que no hay oportunidades ni un mercado laboral que los acoja en lo que se han especializado. Son el caldo de cultivo para movimientos de jóvenes desesperados que empezarán a hacer manifestaciones y expresiones de descontento por la falta de empleo, en donde algunas terminarán en actos de vandalismo, confrontaciones con los cuerpos de seguridad y violencia tal vez incontrolable, como ya ha sucedido en Francia o Chile. Pareciera que simplemente no hay esperanza.

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