Un panorama estructurado por este diario a partir de reportes de los corresponsales en 16 importantes ciudades de la República confirmó lo que ya se sospechaba: en medio de la peor pandemia de los tiempos recientes, el transporte público es el sitio en el que mayor riesgo hay de contagiarse porque nadie —ni pasajeros ni conductores— parecen querer acatar las medidas básicas de prevención y tampoco no hay nadie sobre los vehículos para constatar que su interior sea sanitariamente seguro.
Los choferes se abstienen en un enorme porcentaje de portar cubrebocas y caretas o lentes, argumentando la incomodidad de su uso por el calor y el encierro. Solo en las paraderos de salida y en algunas paradas intermedias los usuarios y despachadores parecen seguir las recomendaciones de las autoridades, pero una vez a bordo de las unidades la situación cambia y es constante ver a los ocupantes hacer a un lado los cubrebocas. Incluso se tolera que cantantes, declamadores, músicos y comerciantes ambulantes suban a las unidades y a voz en cuello ofrezcan sus productos o brinden sus espectáculos, sin ninguna barrera de protección entre ellos y los viajeros.
Y aunque se les ha pedido a los concesionarios de unidades que operen los vehículos a la mitad de su capacidad, la necesidad de sacar los gastos operativos hace que muchos prestadores del servicio ignoren esa recomendación y saturen sus unidades con pasajeros que, de igual modo, prefieren llegar lo más pronto a su destino que esperar un transporte con espacio con condiciones óptimas de sana distancia.
En este punto se revela que buena parte de los choferes que prestan el servicio no cuentan con un sueldo base y perciben solo una parte proporcional de lo que ingrese por concepto de pasaje, además de que las empresas deben absorber los gastos de sanitización que se les exige para poder operar y que incluso casi siempre son los trabajadores del volante los que deben pagar de su bolsa el combustible y hasta las multas cuando llegan a ser sancionados.
De nada sirve cuidarse si al interior del transporte público nadie sigue las medidas de prevención de contagio, servicio que opera bajo las mismas condiciones de saturación de siempre en las unidades.
Lo que desde los gobiernos locales hay que replantear son las condiciones de servicio bajo las que tiene que operar el transporte público, ya que constituye un eje sobre el cual hace sus desplazamientos la mayor parte de la sociedad. Se trata de un gran pendiente y la coyuntura sanitaria podría ser el punto de arranque para una reestructuración a fondo del servicio, con miras a su mejora en más de un sentido.