La gente en la denominada Tercera Edad de la vida, por una serie de características, constituyen uno de los estratos más desprotegidos ante el crimen y los defraudadores, por lo que desde hace unos años se han convertido en uno de los blancos a los que la delincuencia está apuntando su mira.
Son criminales que aunque en apariencia se presentan con intención de ayudarlos o explicarles cosas que no alcanzan a comprender, aprovechan su credibilidad, su exceso de confianza y la falta de malicia, para sustraer alguna cantidad o hacer transferencias financieras en su nombre.
Es por ello que es el sector etario que más quejas por fraude levanta ante el sistema bancario, como lo demuestra el 64.7% de los casos que involucró a adultos mayores.
Si está en posibilidad de familiares, vecinos o conocidos, se debe acompañar al adulto mayor a hacer sus trámites y operaciones en instituciones bancarias, para explicarles el uso de las nuevas tecnologías o para prevenir que se les acerque gente con intenciones encubiertas de despojarlos de su patrimonio, aprovechando su desconocimiento de las nuevas formas de manejar el dinero de forma virtual o presencial.
También se requiere que las instituciones bancarias amplíen sus criterios para apoyar a sus clientes de la Tercera Edad, entendiendo que muchos de ellos no comprenden a cabalidad cómo acceder a la banca electrónica por internet o cómo usar los cajeros automáticos o las aplicaciones de celular; y que simplemente no pueden distinguir entre una llamada telefónica o un correo emitido por su banco y otro que pretende hacerse pasar por legítimo.
Para muchos de los adultos mayores, que a veces son importantes clientes bancarios con cuentas e inversiones acumuladas por toda una vida de trabajo, es necesario que se mantengan las sucursales bancarias y que en ellas se les dé un trato preferente, a cargo de ejecutivos que hayan sido capacitados en la especial psicología de la Tercera Edad, ya que se trata de un asunto de inclusión y de protección al patrimonio de la gente mayor.
Asimismo, que no se les obligue a usar máquinas o aplicaciones de las que no comprenden su uso, siendo que ellos prefieren el trato con otro ser humano con el que puedan entablar empatía o expresarle sus dudas con la confianza de que no será objeto de burlas o fastidio por atenderlo. Todo ello redundará en un sistema financiero en definitiva más humano.