Hasta antes del cambio de gobierno en México, nuestro país mantenía una tendencia a la alza con respecto a la inversión extranjera, que en parte ayudaba a que las cifras de crecimiento económico, si bien bajas y no con los niveles deseables, se mantuvieran con índices positivos.

Sin embargo, una serie de incidentes registrados a partir de la llegada al poder del presidente Andrés Manuel López Obrador, entre los cuales destaca especialmente la cancelación de la construcción del aeropuerto internacional de la Ciudad de México, que se levantaba en Texcoco, llevó a generar pánico entre empresarios de dentro y fuera del país, ante lo que se veía como un gobierno que no estaba dispuesto a respetar contratos ni trayectorias de cooperación.

Las reglas de las políticas de inversión de capital habían sido rotas y pisoteadas; se estaba ante una administración que no daba confianza a los flujos de dinero y que parecía empeñarse en hacer todo lo contrario para atraer inversiones y empresas a territorio mexicano.

Tras seis años de racha alcista de inversiones extranjeras nuevas, éstas cayeron en 2020 a la mitad de lo alcanzado el año previo, lo que representa una pérdida de más de 6 mil millones de dólares y la no generación de cientos o miles de empleos.

Sin duda este desplome crítico tiene múltiples aristas y situaciones negativas que se dieron en los dos o tres últimos años: advertencias de recesión mundial, la caída de los precios internacionales del petróleo, la guerra comercial entre China y Estados Unidos, la actitud proteccionista del gobierno de Donald Trump hacia su industria, la política antimigratoria y, como cereza del pastel, la pandemia por Covid-19.

Esta crisis es atribuible sí a la pandemia pero también ha sido responsabilidad del gobierno al no dar señales que den seguridad jurídica a la inversión. Pareciera que la inversión —tanto la nacional como la extranjera— es vista como un mal y la actual administración le rehúye como si fuera plaga.

Es necesario que el Presidente comprenda que México es parte de un esquema de intercambio internacional de bienes y servicios, del que no se puede sustraer por el riesgo de terminar provocando lo que más teme: la generación de más pobreza.

Como lo aconsejan representantes de las cámaras empresariales y de industriales del país, los inversionistas extranjeros requieren un juego de reglas claras que genere certidumbre, para así tener la confianza que los lleve a arriesgar su capital; y lo mismo aplica para los empresarios nacionales. El consejo es hacer a un lado los malos prejuicios.

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