Gran interés ha detonado entre especialistas y público en general el libro Un sicario en cada hijo te dio, escrito conjuntamente por Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Fernanda Dorantes y Mercedes Llamas Palomar, que expone de primera mano, con base en entrevistas efectuadas a niños y jóvenes internos en diversos centros de reclusión, la realidad que viven los menores infractores, la forma en que son reclutados, sus historias de desapego familiar, el contexto de pobreza y falta de oportunidades, el acceso que tuvieron a drogas y otras sustancias nocivas, la vida en prisión, la corrupción que enfrentan en las cárceles y la dificultad —pero no imposibilidad— para tener una reinserción plena tras el confinamiento.
Se sabía de la situación de esos niños ya con anterioridad pero el libro de estas activistas e investigadoras por fin les pone un rostro y, a través de la exposición de sus historias particulares, puede darse un indicio de lo que padres, sociedad y gobierno han hecho mal para llevar a estos menores a optar por la violencia, el dinero fácil y la admiración por la narcocultura.
Si bien las autoras admiten que desconocen el número real de niños, niñas y adolescentes que han tenido acercamiento o plena integración con las organizaciones delictivas, hay cálculos que señalan que hasta 30 mil menores podrían en este momento tener algún nivel de trato con éstas.
Las autoras, también cofundadoras de Reinserta, una organización no gubernamental dedicada a mejorar las condiciones de vida de las personas recluidas en penales mexicanos, explican que es la falta de políticas públicas para mejorar la situación escolar, económica y laboral de los menores y sus familias la que los lleva a acercarse a los grupos criminales, o la que los hace ceder fácilmente al ser buscados por éstos.
¿Dónde queda la atención integral para los niños, misma que sexenio tras sexenio se promete y casi no pasa más allá de la formulación de buenas intenciones? Las becas, el dinero y la ayuda en especie que se les hace llegar tampoco parecen estar surtiendo un efecto benéfico, e incluso llega a surgir la duda de cuántos menores y adolescentes en territorios bajo control del crimen organizando, estarán dentro de sus nóminas y a la vez recibirán la ayuda federal?
Una mayor atención por parte del Estado evitaría que niños y adolescentes se enrolen en las filas de la delincuencia y se capaciten en actos de odio contra la sociedad y de desprecio a sus semejantes. Aunque la situación es desalentadora, no todo está perdido.