En México la pandemia ha dejado una dura lección: la pobreza está asociada a un mayor riesgo de muerte. Y esto se comprueba al saber que hasta el momento un 94% de los decesos por Covid-19 se han verificado entre personas que desempeñaban trabajos esenciales, forzosamente presenciales, que no les permitieron resguardarse en casa.
Una vez más la enfermedad afecta a los sectores más vulnerables y recae en quienes no pueden quedarse en casa simplemente a esperar que el riesgo se conjure, lo que a su vez revela la precariedad del empleo en nuestro país, el mismo que por su informalidad extendida, no permite contar con una reserva económica de respaldo que permita mantener a los trabajadores en sus hogares.
Y aunque la pandemia golpeó por igual en todo el mundo, la diferencia estuvo en la forma en que cada nación hizo frente a la coyuntura y a la crisis que generó en cada región. Cuando aquí se privilegió la política de entregar dinero o bienes de forma directa en lugar de conservar los empleos a toda costa, el resultado fue que aun así la gente no se pudo mantener en sus casas, como era el objetivo del gobierno para intentar contener lo más posible la pandemia.
Y todo ocurrió: las familias no pudieron resolver sus problemas económicos y algunos de sus integrantes se contagiaron y enfermaron, generando gastos tanto en sus hogares como al Estado que se vio obligado a darles atención especializada, además que con la gente en las calles tratando de obtener ingresos, se multiplicaron los casos y la enfermedad se extendió prácticamente a todo el país.
Sus muertes demuestran que los apoyos directos no pueden suplir al ingreso que se puede obtener por desempeñar un trabajo, especialmente cuando se trata de formas de autoempleo, en la que cada día de no trabajar se traduce en pérdidas y en un ciclo en el que hay que tomar dinero de donde lo hay con la esperanza de reponerlo más tarde, lo cual casi nunca ocurre.
Los apoyos gubernamentales, en especie o en efectivo constituyen una buena ayuda pero no pueden ni deben reemplazar los empleos, son solo un complemento para las personas en edad de laborar y solo resultan esenciales para quienes están incapacitados para laborar, sea por la edad o por alguna circunstancia física o situacional que les impida hacerlo.
Esta experiencia con la pandemia, dramática para todos, funciona como argumento para señalar que la mejor política es la de conservar las fuentes de trabajo e incentivar la creación de nuevas, pues las dádivas no alcanzan para mantener a una familia.