La caída del indicador de confianza del consumidor, en el nivel más bajo desde la adopción de este parámetro hace 19 años, confirma uno de los peores temores en medio de la crisis generada por la pandemia de Covid-19: el pesimismo de la sociedad mexicana con respecto a su situación económica y la percepción colectiva de escasas probabilidades de una recuperación en el corto plazo.

Si bien el Indicador de Confianza del Consumidor se basa en factores subjetivos, es a la vez el más fidedigno reflejo de la percepción popular sobre el ámbito económico cotidiano, y en el que si bien pueden influir las promesas y mensajes de optimismo de las autoridades en los que se pronostica una pronta recuperación económica, es algo que se antoja como irreal cuando las noticias negativas cunden por todos lados y en entornos preocupantemente inmediatos.

La estabilidad que una persona siente con respecto a su fuente de ingresos determina sus actividades de consumo y su propensión al ahorro de emergencia en caso de percibir que las entradas de dinero podrían verse mermadas o canceladas en el futuro inmediato. Como esto último está sucediendo, los ciudadanos dejan de hacer compras o adquirir servicios que no consideren esenciales, concentrándose en cubrir solamente rubros básicos como la comida, la vivienda o el pago de suministros esenciales como gas o electricidad, todo ello en detrimento de otros sectores de la economía, como el turismo o la industria del entretenimiento, que dependen de la tranquilidad financiera y la percepción de bonanza entre la población.

Como resultado de esta ralentización de la actividad económica general del país, las empresas y corporaciones —nacionales o extranjeras— reducen o posponen las inversiones, mientras que las instituciones financieras y bancarias restringen los créditos, lo que a su vez contribuye aún más a desincentivar el consumo.

La Confianza del Consumidor es un índice que llegó a puntos muy altos (32%) al inicio del gobierno actual y que se desploma ahora a 9.9% por la pandemia del Covid y por la crisis económica generada, así como por el deterioro en el bienestar que ya se venía arrastrando de décadas atrás. No son especialistas ni organismos internacionales los que determinan este índice, sino la población en general consultada por Inegi y Banxico. Muestra en realidad los temores de una sociedad, los cuales actualmente son preocupantes porque una parte teme con no contar con recursos ni para bienes básicos. Este resultado es una llamada de alerta y un aviso para las autoridades para que los discursos de optimismo se reflejen en acciones concretas de recuperación económica.

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