El tiroteo registrado ayer en un colegio de Torreón, Coahuila, por un niño apenas entrado en la adolescencia es el resultado de un contexto de una guerra no declarada que se vive en México, pero también por una ola de insatisfacción juvenil que recorre al mundo entero y que cuantiosos ejemplos negativos ha dado nuestro vecino del norte en forma de masacres escolares. La culpa no está, entonces, en una niñez, adolescencia o juventud echada a perder, sino en el conjunto de la sociedad que, abrumada en un ambiente de violencia a diferentes niveles, ve como una necesidad el tener armas en casa para confrontarla o para compensar la seguridad que el estado le niega o ha fracasado en su intento de proporcionársela. También se puede señalar al descuido y desinterés de padres, maestros y autoridades hacia los intereses o ideologías que pueden permear en las mentes de nuestros niños y jóvenes, y no tanto por vigilar qué cargan los estudiantes en sus mochilas.

Múltiples son las explicaciones que se pueden encontrar o que se pueden intentar dar a lo que México y el mundo vieron ayer en Torreón: desintegración familiar, la exposición mediática a la violencia (tanto en periódicos, noticiarios y redes sociales), los videojuegos, la normalización de los actos criminales, la acelerada frecuencia con que se suscitan masacres en todas partes y bajo las más inconcebibles justificaciones, la apologización del delito y el excesivo énfasis en las vidas y hazañas de los delincuentes, el morbo e interés que produce en la cultura popular lamentables hechos como la crisis de Columbine y, por supuesto, la facilidad con que se pueden adquirir armas de forma ilegal y la fascinación que causan éstas en las mentes de buena parte de los ciudadanos de todas las edades, aunado a los deseos de supervivencia, venganza o de hacer “limpieza” de elementos indeseables en la sociedad, sea una persona de diferente color o credo, o de aquel que efectúa una acción reprobable a los ojos del vengador o castigador, como un acto criminal o de bullying cotidiano.

Antes que programas como Mochila Segura que de entrada criminalizan a los estudiantes y los someten a humillantes revisiones de sus pertenencias y útiles con los que acuden a tomar clases en las escuelas, se deben impulsar campañas que no solo vean a cada alumno con desconfianza y como un delincuente en potencia, indigno de ser visualizado como lo que en primera instancia es: un ser humano con ideas y sentimientos, que necesita orientación antes que represión para poder encauzar en él los valores necesarios para hacer de cada uno una persona útil y valiosa para la sociedad. Los padres de familia y las autoridades tienen la palabra.

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