La violenta agresión de ayer contra uniformados de la Guardia Nacional en Chiapas es sin duda ejemplo de la desesperación de los migrantes por evitar que algo se interponga en su objetivo de alcanzar el territorio estadounidense. Se ha llegado a un punto en que por las tensiones, los migrantes ya se están confrontando con los agentes de Migración y miembros de la Guardia, cuyos oficiales esta vez fueron disminuidos, perseguidos, humillados y golpeados, con un saldo de cinco elementos heridos por la multitud.

En días pasados fue un migrante cubano el que perdió la vida a manos de uno de los elementos de la Guardia al tratar de evadir un retén, hecho al que el presidente López Obrador se refirió en su mañanera del miércoles pasado cuando ordenó se investigara la actuación de los uniformados, y que llevó a que también la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos condenara lo acontecido en el transcurso de la actual caravana migratoria.

Y ahora que se están comenzando a perder los estribos, la pregunta en el aire es ¿dónde están las demás organizaciones de defensa de los derechos humanos? ¿dónde la ACNUR? ¿por qué el silencio de activistas como el padre Alejandro Solalinde? Pareciera que se buscara minimizar o como si no existiera el problema de la migración y el de los ataques contra sus derechos y su dignidad, o el de su maltrato en condiciones de hacinamiento, falta de higiene y exposición a contagios de toda índole, donde a niños y ancianos les toca vivir el peor drama.

El comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), Francisco Garduño, dijo hace poco más de un mes que “hasta en el cielo hay control migratorio”, pero no es tolerable ni que se maltrate a los migrantes ni que se atente contra su vida o sus derechos humanos, como tampoco es aceptable o comprensible que policías encargados de su vigilancia y resguardo acaben golpeados.

Es un conflicto que no se debe permitir que siga escalando en la espiral de violencia y en la transgresión en el respeto a los derechos humanos. Se trata, ya, de una crisis humanitaria que no se quiere reconocer y dimensionar en toda su magnitud, pues sigue siendo raro que se le incluya como tema a tratar en el discurso presidencial o que de plano se evada abordarlo. Se tiene que definir ya una estrategia más clara de actuación ante grupos migrantes, pues debe haber una solución más civilizada que la aplicación de la fuerza y cuya reacción no deseada sea la violencia de las multitudes.