Sometidos a un enorme estrés que a más de uno le habrá llevado a cuestionar su vocación y la validez de la elección de su profesión, los médicos y demás trabajadores de la salud se encuentran bajo doble o triple presión: la de estar en la primera línea de combate contra una enfermedad nueva, a veces desprovistos de los medios necesarios ya no solo para enfrentarla, sino para garantizar su propia integridad física, así como de no saber la dimensión real de lo que están enfrentando.

Del otro lado, la de su vida personal y el temor de no llevar el virus a sus casas, lo que ha llevado a muchos de estos profesionales, cuando les ha sido posible, a cortar temporalmente el contacto con sus familias y descuidar sus hogares, especialmente difícil para quienes son madres o padres solteros.

Finalmente, su compromiso como profesionistas y la enorme responsabilidad que representa que de ellos dependa la vida de otros, de ahí que suscite en ellos sentimientos de enojo y frustración cuando su trabajo desafortunadamente resulta infructuoso y se cuestione su quehacer.

La pandemia ha hecho ver que además combatir los contagios, es también necesaria la salud mental en estos tiempos para la totalidad de la población, dado que aún se desconoce la cantidad de repercusiones que puede llegar a producir el largo confinamiento colectivo bajo el que nos encontramos, con todo y que, por decisión propia del gobierno mexicano, éste no haya sido estricto como en otras naciones ni haya sido necesario imponer un toque de queda, como plantearon en un momento algunas voces ante la indiferencia inicial.

Hay que evitar que a los propios daños causados por el Covid-19 se sume la larga cauda de efectos psicológicos y emocionales generados por la pandemia en forma de miedo, ansiedad, incertidumbre, frustración, culpa, fobias, depresión, soledad y desesperación, sentimientos que ya han llevado al suicidio principalmente a pacientes y sus familiares. La salud mental de todo un país está en juego.

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