Hay una sobresimplificación del conflicto entre Israel y Palestina, que lleva a su vez al radicalismo de posturas sobre lo que hoy lastima a los habitantes de esa pequeña nación, una de las más jóvenes y a la vez antiguas del mundo.

En este caso en particular, ¿quién tiene mayor derecho sobre el territorio? ¿israelíes o palestinos? Lo que podría calificarse sobre qué pueblo comete el mayor agravio sobre el derecho del otro, comienza a partir de qué antecedente histórico se tome en cuenta para hacerse un juicio al respecto.

El pueblo hebreo, raíz milenaria de lo que hoy es el estado de Israel, ocupó esa porción de la geografía asiática conocida como Medio Oriente desde el pasaje del Éxodo consignado en el Antiguo Testamento, tras su huida de Egipto, donde habitaban originalmente. Más tarde, sería el asedio romano el que culminaría en el año 70 con el saqueo y destrucción de Jerusalén, y que marcaría el inicio del movimiento migratorio conocido como la diáspora judía.

En tanto que la expansión de los pueblos árabes se efectuó varios siglos después y los llevó lo mismo al norte de África que al Medio Oriente. El incremento de la población árabe en lo que hoy es Palestina se dio de manera más sutil y ambos pueblos, hebreo y árabe, convivieron ahí durante siglos sin conflictos.

Aun así, la región ha sido un polvorín desde antes del nacimiento de Israel como nación, por la convergencia ahí de varios pueblos con su propia cultura y su reclamo sobre las tierras sobre las cuales se han asentado o establecido rutas para comerciar.

El analista internacional Mauricio Meschoulam, experto en la cuestión de Medio Oriente, hizo en la edición de ayer de este diario un desglose muy puntual de las características de este conflicto que ha tomado ya dimensiones bélicas de gran peligro no solo para la estabilidad en la región sino en el mundo entero. De entrada establece que Hamas y la Jihad Islámica están mostrando capacidades que no se observaban en choques anteriores, aunado a una reacción israelí desmesurada.

La mejor solución para un conflicto como el de esta magnitud, siempre será aquella en la que no intervengan ni el armamento ni el despliegue de tropas, sino el diálogo, uno que de momento se siente aún como posibilidad muy lejana.

Y para quienes observamos desde la distancia, el mejor consejo es no simplificar en exceso una situación que se incubó por siglos y que si bien ciertamente detonó a partir de la creación del Estado de Israel en 1948, en realidad tiene antecedentes más ancestrales y complejos que una simple confrontación entre buenos y malos.