Descabezada la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, en la oscuridad el Instituto Nacional de las Mujeres, paralizada e inoperante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (con una titular que se niega a responder cuestionamientos hechos desde la oposición), cuesta trabajo creer las afirmaciones que desde Palacio Nacional se emiten en el sentido de que desde ahí se articulan acciones para la protección de las mujeres.

En medio de una crisis de atención a la causa de las mujeres, el presidente Andrés Manuel López Obrador asegura que hay infiltrados en el movimiento feminista cuya única finalidad es atacar al gobierno que encabeza, con el propósito de demeritarlo. Incluso agrega que hay mucha hipocresía entre quienes se manifestan en apoyo a las mujeres pues, a su decir, son “corruptos y conservadores que se disfrazan de feministas” y se escudan en la lucha de ellas para utilizarlas contra la 4T.

Por si fuera poco, un reportaje de investigación realizado por este diario revela que incluso algunos policías han estado involucrados en feminicidios, cuando se supone que su tarea era brindar seguridad a quienes a la postre resultaron sus víctimas. Por supuesto que ya sea al más alto nivel de gobierno, como a elementos que han sido comisionados a vigilar y dar protección, no es lo que se espera de la autoridad.

Así como cuando se trata de críticas contra su proyecto, el mandatario responde que son reacciones a su lucha contra la corrupción, debe comprender también que las explicaciones y acusaciones maniqueístas no le hacen bien a sus propósitos de cambio, por más bien intencionados que estén.

Está bien que el Presidente se jacte de no quitar el dedo del renglón en las metas que se ha trazado, pero también debe ser humilde y tener apertura hacia las voces no interesadas de mujeres que exigen un alto a las injusticias que todos vemos a diario. Demandar un gobierno más empático y activo hacia una causa social postergada por décadas no puede ser interpretado como un ataque.

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