De un universo de casi dos centenas de proyectos de infraestructura y servicios de diversa magnitud e importancia que tiene el gobierno federal para efectuar en el corto y mediano plazos, por lo menos 70 requerirán de la participación de la iniciativa privada mexicana para su realización, de lo contrario podrían quedar simplemente en planes y buenos deseos.
Es necesario para esta administración reconocer la importancia de la inversión privada. Sin embargo, para que tanto el sector público como el privado puedan caminar juntos en la ruta del desarrollo y del progreso, es necesario que ambos tengan la confianza y la seguridad de que se van a respetar las reglas, para que no se vuelva un juego perverso en la que una de las dos partes pueda salir engañada o traicionada.
El Estado requiere de la inyección de recursos financieros por parte de socios que inviertan con la esperanza tanto de poder ayudar al desarrollo de la nación como de obtener una ganancia económica que le permita sacar adelante otros proyectos, en un ciclo que genere empleos y prosperidad.
Es decir, la participación conjunta de los sectores públicos y privados debe basarse siempre en una estrategia de ganar-ganar, pero este gobierno pretende hacerlo todo por su cuenta, echando mano de recursos y mano de obra que estaban siendo empleados para otros objetivos y necesidades, y distrayendo a personal, como el de las fuerzas armadas, en tareas que si bien pueden ejecutar, no es lo deseable para el país en un momento en que enfrenta fuertes crisis de inseguridad, de salud y de economía, sin contar de la urgencia que imponen los eventos inesperados como los desastres naturales.
Alfonso Romo, exmiembro distinguido de la 4T, siendo jefe de la Oficina de la Presidencia, llegó a reconocer que hasta 87% del total de la inversión en el país provenía del sector privado, y aseguraba que no puede haber ninguna transformación que implique desarrollo sin iniciativa privada. Y es cierto: hasta el ejemplo más acabado de desarrollo comunista que es China, su gobierno ha dependido de la iniciativa privada de su país para consolidar su infraestructura y potencial comercial.
Los sectores público y privado constituyen un binomio en el que cada una de las partes no puede salir adelante sin la presencia de la otra; es tiempo de que el gobierno actual analice los pasos que está dando y recapacite de que le sería más fácil cumplir sus propósitos y objetivos si tuviera de su lado a la iniciativa privada nacional, y dejar de verlos como adversarios o enemigos que solo buscan saquear a la Nación. Es un barco en el que estamos todos.