La pirámide de Chichén Itzá fue descubierta alrededor de 1873 por un arqueólogo francés. Tuvo que pasar más de un cuarto de siglo para que la arqueología atrajera el interés oficial. Fue en 1905 cuando se echó a andar un proyecto oficial para ampliar las exploraciones en Teotihuacán y en zonas como Mitla o Xochicalco. El objetivo era mostrar el desarrollo que llegaron a alcanzar los pueblos originarios para darlo a conocer al mundo y difundir la riqueza cultural mexicana.
Pero fue hasta 1938 cuando surgió el Departamento de Antropología en el Instituto Politécnico Nacional; ocho años más tarde se creó la Escuela Nacional de Antropología e Historia, formadora de arqueólogos y antropólogos que han contribuido a descubrir, consolidar y preservar los numerosos sitios arqueológicos a lo largo y ancho del país. Las zonas arqueológicas se han convertido en un imán para el turismo internacional y mucho de ello es gracias a los cuadros profesionales emanados de la ENAH.
Hoy, sin embargo, la Escuela se encuentra en uno de sus momentos más bajos por la precarización laboral en padecen los profesores de ese plantel y por las deficientes instalaciones. A lo anterior se añade que por falta de recursos se han cancelado materias optativas; en 2021, la comunidad escolar denunció que para el primer semestre de ese año se cancelaron alrededor de 30 materias, y para el segundo, más de 60. Con esto último, los estudiantes lamentan que se pierda la oportunidad de contar con una formación completa por medio de asignaturas muy específicas, que en este momento no existen.
Han pasado más de 115 años desde que el rescate y la conservación de sitios comenzaron a ser auspiciados por el Estado.
En la comprensión del pasado común, la labor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia es necesaria no solo para el rescate de la grandeza histórica sino por su labor como generadora de conocimiento, de investigación y de especialistas; incluso de recursos económicos por medio del turismo que captan las zonas arqueológicas.
La ENAH se encuentra sumergida en una crisis por restricciones presupuestarias; su importancia parece haber sido olvidada. Un desdén imperdonable para una institución sin la cual no se entiende el brillo en el mundo del patrimonio histórico mexicano.