Los jóvenes desdeñan el peligro del Covid y son los más reacios a acatar las medidas de prevención, pues la rebeldía es una característica de esta etapa de la vida.
Además está su ansiedad de retomar lo más rápido posible la vida que llevaban hasta antes del inicio de la contingencia. Y ello incluye en su vida social, que en la juventud es vital ya que forma parte importante para el desarrollo y consolidación de su personalidad, donde los amigos o la posibilidad de conocer gente nueva son el eje sobre el cual giran sus vidas y por lo cual les resulta muy difícil resignarse a sustituir la interacción presencial con sucedáneos.
Es esencial que nuestros jóvenes hagan a un lado la idea de que son inmunes o invencibles al contagio, o que si se contagian, el virus no les hará nada o que impactará muy poco en su salud, pero parecen olvidar que con su temeridad se convierten en poderosos vectores de transmisión del agente infeccioso, llevándolo precisamente a quienes menos desearían hacerlo: sus parientes directos.
Por eso, a diferencia de nuestro país, en otras naciones se apela a través de campañas muy agresivas o muy ingeniosas dirigidas a los jóvenes para crear conciencia entre ellos de la responsabilidad que tienen de mantener a sus familias libres del virus.
En algunas se hace énfasis en que como parte del confinamiento a los jóvenes sólo se les pide no hacer nada, que pueden ser héroes al quedarse en sus casas descansando todo el día.
En otras a las familias que se niegan a renunciar por unos meses a las reuniones bajo la creencia de que entre parientes no se pueden contagiar la enfermedad, se les recuerda que el funeral de un miembro del clan es también el tipo menos deseable de reunión familiar.
Y en otra más, se hace notar que se convierten en cómplices del virus quienes se niegan a hacer a un lado las actividades sociales y que son ellos los que, además de minimizar el riesgo, son también los mismos que suelen llevar el patógeno a sus hogares, pagando casi siempre el miembro más vulnerable del mismo, que suele ser el abuelo o la abuela, o un enfermo crónico.
Se trata de hacer conciencia entre los jóvenes de que el riesgo es latente. De que no se trata solo de ellos, sino también de sus familias y de la gente con la que interactúan. Por lo anterior, el Estado mexicano debe planear estrategias y campañas de concientización destinadas a contrarrestar actitudes nocivas de manera inteligente y creativa, más allá de explotar la culpa como recurso extremo.