El reconocimiento que el papa Francisco ha dado al matrimonio entre personas del mismo sexo, a través de sus declaraciones en un documental biográfico presentado esta semana en Roma, da un nuevo aliento a los cambios que está experimentando la sociedad y que cuestionan la estructura de las instituciones sociales heredadas tras siglos de tradición, en la que uno de los baluartes que vigilaban por su estabilidad y permanencia era precisamente la Iglesia Católica.
Casi al inicio de su nombramiento como cabeza de esa institución religiosa, el papa Francisco llamó la atención por su mentalidad renovadora al responder “¿Quién soy yo para juzgar?” cuando fue inquirido sobre su opinión hacia la temática de la orientación sexual y la posición que daría a su Iglesia en ese sentido, lo que contrastó de inmediato con las posturas de sus antecesores Benedicto XVI y Juan Pablo II, este último quien todavía en 2004 exponía su rechazo al alertar del riesgo de “confundir el matrimonio con otras formas de unión del todo diferentes, cuando no contrarias al mismo”.
Por su parte y en este 2020, el papa emérito Benedicto XVI afirmó en una entrevista que ve en el matrimonio homosexual la obra del anticristo, y hasta confesó sentirse derrotado por las críticas que recibe por expresar su posición: “Hoy nos excomulgan socialmente cuando nos oponemos a él”.
Pero ahora el papa Francisco ha demostrado como cabeza de la iglesia que su apertura con respecto al matrimonio igualitario podría hacer cimbrar uno de los dogmas que parecían inamovibles de la institución católica con el reconocimiento de las uniones homosexuales y el derecho de sus integrantes a ser dotados con los mismos derechos legales que los de las parejas heterosexuales.
El papado del argentino Francisco marca una época inédita de apertura en el Vaticano que contrasta con la posición de rechazo o elusión de papas anteriores, y ha servido para que la Corte Interamericana de Derechos Humanos recordara que en Latinoamérica aún faltan 14 países en respaldar legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo, y se les garantice una vida de bienestar plena e igualitaria con el resto de la sociedad.
Las declaraciones a título personal del papa Francisco deben verse como un buen gesto, una posición de apertura que ya era necesaria para una institución religiosa que aún parece anquilosada en el pasado y reacia a adaptarse a los nuevos tiempos. De ser secundado por el Vaticano, entonces sí podrá hablarse de la Católica como una Iglesia del siglo XXI.