Nunca en Francia la ultraderecha ha estado tan cerca de hacerse del poder como ahora. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales realizadas ayer, Emmanuel Macron, presidente y candidato de una opción centrista, resultó el más votado, pero Marine Le Pen, candidata de la ultraderecha, quedó detrás por menos de tres puntos porcentuales.

El próximo 24 de abril, en la segunda vuelta, se reeditará la elección vivida en 2017, cuando ambos contendieron por llegar al Palacio del Elíseo; sin embargo, a diferencia de hace cinco años, hasta este domingo Macron venía en descenso y Le Pen incrementando las preferencias.

Aunque Le Pen moderó su discurso, el avance de la ultraderecha encendió de inmediato alertas en Francia y en países de la Unión Europea por el riesgo de que un personaje que defiende ideas radicales ocupe el principal cargo de poder. En cuestión migratoria, por ejemplo, hace cinco años expresó su intención de poner fin a todo tipo de inmigración, tanto legal como ilegal; esta vez, en cambio, plantea la realización de un plebiscito para tomar una decisión.

La estrategia adoptada por Le Pen fue la de presentarse como defensora de las clases populares, para atraer el descontento que ha sumado el que la oposición llama “presidente de los ricos”. Una apuesta de dividir en lugar de sumar, una apuesta que hacen de manera frecuente candidatos ubicados en el populismo; un panorama de confrontación casi permanente.

Las encuestas señalan que en este momento la coyuntura internacional (el conflicto en Ucrania) no es un tema prioritario para los votantes franceses, sino el creciente aumento en los costos de los alimentos, la gasolina y la calefacción debido a una desbordada inflación.

Lo que ocurre en Francia sucede en varias naciones. Grandes porciones de la población con escasos recursos para llevar una vida de calidad, mientras pequeños sectores concentran amplias fortunas, sin que los gobiernos democráticos, de centro, logren revertir la situación.

En dos semanas, Francia acudirá nuevamente a las urnas. Lo que no ha logrado el gobierno de Macron en los últimos cinco años, difícilmente podrá corregirlo en 14 días. De la decisión que se tome en el país europeo, dependerá en parte el rostro que adopte el mundo en los próximos años.