Cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) muestran que los feminicidios siguen lamentablemente a la alza, al reportarse en agosto pasado un nuevo máximo histórico desde que se lleva registro de esta especial clase de delitos. Se trata de 107 mujeres que en un solo mes ya no regresaron a sus casas, 107 hogares que se quedaron esperando un regreso que nunca sucedió.
En el conteo relativo, para algunas entidades significó incrementos de hasta 375% en agosto si se compara con lo registrado tan solo meses atrás. Sin embargo, en cifras absolutas, son otras entidades las que registran más asesinatos de mujeres por razones de género: Estado de México, Jalisco, Veracruz, Ciudad de México, Chiapas, Nuevo León y Sonora.
Mucho de este incremento se explica por la impunidad imperante en el sistema de justicia mexicano, en el que aún es posible ver a muchos de sus representantes justificar las agresiones al culpabilizar a las víctimas de lo que les ocurrió, haciéndolas pasar por instigadoras de los crímenes en su contra.
Mientras, para los culpables se habilita un sistema de puerta giratoria en el que más rápido salen de lo que tardaron en entrar, con frecuencia debido a errores en la forma en que se lleva a cabo el proceso para enjuiciarlos. Tal pareciera que para casos de feminicidio nunca pudiera haber esclarecimiento posible y eso desafortunadamente redunda en un estímulo para los agresores y feminicidas en potencia. En cambio, son frecuentes las deficiencias por la inacción y negligencia en los procesos penales, en los que además no se aplica una perspectiva de género.
Todo lo anterior no lleva más que a preguntarse: ¿qué está pasando? Si hay campañas de concientización, si hay una movilización cada vez mayor de las mujeres y la sociedad en general contra la violencia, y hasta podría decirse que hay una sensibilidad y una vigilancia más intensas que antes, ¿qué es entonces lo que está fallando?
Quizá pueda hablarse de una insensibilidad de las instituciones del Estado, ¿qué están haciendo? Y por parte de la sociedad, ¿qué clase de educación recibieron o qué faltó en ella para que aparezcan cada vez más agresores y asesinos de mujeres? ¿qué están haciendo los medios de comunicación? ¿qué mensajes se difunden desde las redes sociales? ¿la familia —o la desintegración de ésta— qué papel juega en esta tendencia a la alza? Son muchas las preguntas que quedan sin respuesta.