En una entrevista reciente con EL UNIVERSAL, la directora del emblemático semanario Zeta, de Tijuana, Adela Navarro, detalló la convulsa situación actual para los periodistas en México: “Se encuentran en medio de la violencia del narcotráfico y de las presiones de los gobiernos que no aceptan la crítica”.
En este escenario —por cierto nada nuevo, pues viene desde décadas atrás— son decenas de periodistas los que pierden la vida sin que los motivos de sus muertes se esclarezcan y sin que los autores intelectuales y materiales paguen por sus actos. Se estima que nueve de 10 crímenes quedan sin castigo. Reina la impunidad.
El problema se registra alrededor del mundo, pero la región de América Latina y el Caribe concentra 40% del total de asesinatos de periodistas ocurridos a nivel global. Desde 1987 más de 600 periodistas han sido asesinados o desaparecidos en el hemisferio desde 1987.
En la región, los ataques a periodistas se focalizan en México. Datos de la UNESCO colocan al país como la nación con el mayor número de periodistas asesinados en 2019.
En el Día Internacional para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas, la Sociedad Interamericana de Prensa enarbola tres casos emblemáticos para universalizar el tema de la violencia en contra el sector y hacer un homenaje a los trabajadores de la prensa caídos.
Irma Flaquer fue vista con vida por última vez el 16 de octubre de 1980, cuando circulaba en un vehículo acompañada de su hijo en calles de la ciudad de Guatemala. Hombres armados los interceptaron; el joven fue asesinado y de ella no se volvió a saber. En su trabajo periodístico destacaban las críticas a las violaciones de los derechos humanos cometidos por grupos paramilitares y del poder político en su país.
La vida de Carlos Lajud se acabó en el momento en que fue baleado el 19 de abril de 1993. Era el comentarista de radio más escuchado en Barranquilla, Colombia, y su actividad se caracterizaba por señalar la corrupción y el narcotráfico.
Alfredo Jiménez Mota tenía 25 años cuando desapareció. Trabajaba para El Imparcial, de Hermosillo, Sonora, donde investigaba los vínculos que los grupos del crimen organizado tenían con autoridades locales.
El ADN de los tres se encuentra ahora en el grafito de lápices que fueron fabricados para recordar que “las voces pueden ser silenciadas, pero la libertad es a prueba de balas”. Con esos lápices tiene que escribirse una historia en la que no quepan las palabras violencia, muerte e impunidad en el trabajo de la prensa.