David Colmenares, titular de la ASF, ahora citado a comparecer la próxima semana junto con su equipo de trabajo ante la Cámara de Diputados, para explicar a detalle el polémico informe que presentó el sábado pasado y del que después se admitieron inconsistencias y errores de cuantificación, ha echado a perder la labor de una institución que debiera caracterizarse por su rigor y credibilidad, y que ha llevado a decir que lo reportado por la ASF podría tener hasta un 75% de error, según la estimación inicial hecha desde la Secretaría de Hacienda, sin dejar de lado que los números presentados pudieron haberse publicado con dolo.
El auditor, a casi tres años de haber asumido el cargo, llevó a la Auditoría Superior de la Federación a una caída en su credibilidad, con un equipo conformado por conocidos, amigos o gente que no cubre el perfil necesario para esa función, y en donde algunos han llegado como pago por favores políticos.
Este descrédito se da justo en un momento en el que el gobierno quiere controlar todo y acabar con los órganos autónomos, pues si bien esta dependencia nunca había sido de las simpatías del Ejecutivo, tampoco nunca antes alguien la había señalado de cometer errores, que incluso ahora abren la puerta a que se hagan ya hasta señalamientos de corrupción en su interior.
La deficiencia metodológica planteada por el auditor como explicación para sus errores de cálculo tiran por la borda no solo los resultados finales de lo que debió ser meramente un informe numérico, sino también la confianza en una institución que debiera manejar sus reportes con el más estricto rigor matemático.
Esta acción del auditor vino a menoscabar y lacerar la credibilidad de una de las últimas instituciones que quedaban para revisar el manejo del presupuesto federal, es por ello que desde varias instancias se está pidiendo ya la destitución del funcionario o lo exhortan a que renuncie al cargo que le fue conferido pues, como señalan los diversos actores políticos, en la fiscalización de los recursos públicos no puede haber lugar a errores.
El auditor ya quedó totalmente desacreditado en su quehacer en uno de los sectores más delicados de los organismos autónomos, ya sea porque se doblegó ante el poder o porque en efecto se equivocó. A estas alturas del escándalo, es ya prácticamente imposible querer limpiar su nombre o rectificar lo reportado, pues ¿quién le va a creer al auditor?