Cuando se habla de niños que tuvieron que desertar de la escuela es común que se culpe de ello al sistema educativo, pero lo cierto es que la deserción escolar a cualquier edad —y no sólo entre infantes o adolescentes— es solo la punta del iceberg de un problema de mayor dimensión y complejidad en el que están relacionados el círculo familiar y la situación económica y social que rodean al estudiante que se ve obligado o estimulado a abandonar sus estudios.
Aunque no parece ser una novedad saber que a menor nivel económico, mayor es el índice de deserción escolar, así como más temprana la edad en la que suele presentarse, lo preocupante en realidad es saber que en muchos sectores sociales se ha perdido ese prestigio que la escuela tenía como detonante de movilidad y ascenso social y ahora las familias, golpeadas y sometidas por décadas de crisis, ven al sistema escolar como un obstáculo o lastre que quita tiempo a los miembros más chicos de la familia para que comiencen a aportar dinero al ingreso familiar o, bien, se sumen a la fuerza de trabajo cuando todo su círculo se dedica a una sola actividad de la cual dependen para subsistir.
A lo anterior, ya de por sí materia de reflexión, hay que sumar desde hace unos años el poderoso imán que ejerce sobre niños y adolescentes el espejismo del dinero fácil y el triunfo social, que aunado a una mayor restricción oficial para no permitir y castigar el empleo infantil, hacen que los menores y sus familias encuentren una válvula de escape en opciones fuera de la legalidad como el comercio informal, la delincuencia o el narcotráfico. Eso sin contar que niños y adolescentes enfrentan factores desmotivantes en las escuelas como bullying por parte de compañeros o actitudes hostiles por parte de profesores, o también que son blanco fácil de adicciones que los hacen perder concentración e interés en actividades académicas o deportivas.
El desinterés que muchos niños y jóvenes manifiestan por la escuela y el estudio, y que es lo mismo resultado de mala preparación de profesores —muchos de ellos sin vocación y que están frente a un grupo obligados por la necesidad y las circunstancias—, que también consecuencia de deficientes programas de estudio en los que todavía suele preponderar el memorismo y no la reflexión y el análisis como técnica de estudio, es solo una débil explicación para la preocupante cifra de más de cinco millones de niños desertores escolares reportados en los últimos dos sexenios.
Si no se ataja esta tendencia, México no podrá salir del subdesarrollo, y todo así se vuelve entonces un círculo vicioso que no solo no permitirá a una familia salir de su contexto de pobreza, sino que anclará a todo un país al retroceso y a la crisis perpetua.