Criminales que antes actuaban en despoblado o al cobijo de la oscuridad, de forma cada vez más constante cometen sus crímenes en lugares céntricos y ante la vista de comunidades enteras, retando al Estado y exhibiendo la incapacidad de respuesta rápida de éste.
En Michoacán, sanguinarias venganzas y ajuste de cuentas se han dado en los días recientes violando los propios códigos de ética criminal, que establecen no involucrar a las familias o mantener treguas para asistir a funerales.
Lo ocurrido en San José de Gracia, en donde hasta 17 personas podrían haber perdido la vida en lo que al parecer fue un fusilamiento ejecutado a la luz del día y a solo un par de calles de la presidencia municipal, exhibe una vez más el empoderamiento de las bandas criminales y el grado de impunidad con el que pueden desplazarse por las regiones bajo su control, a veces gracias a la complicidad de los cuerpos oficiales de seguridad y el apoyo —por complicidad o por miedo— de los propios habitantes.
Pero la desfachatez del crimen organizado no se circunscribe exclusivamente al territorio michoacano, pues también se ha presentado en Zacatecas, Sinaloa, Guajajuato, Morelos, Colima, Guerrero o Tamaulipas, en donde incluso hace poco, en Reynosa, integrantes de un cártel se dieron a la tarea de destruir cuanta cámara de seguridad de la policía encontraron a su paso, con el fin de no dejar registro de cualquiera de sus actividades o desplazamientos.
La ocupación de espacios por parte de la delincuencia, en formas tan abiertas y desafiantes que hasta se dan tiempo de limpiar las escenas del crimen, dejar mensajes o colgar cuerpos, sin que nadie les haga frente, no solo garantiza que los responsables directos puedan eludir la acción de la justicia, sino que otros criminales se sientan estimulados a actuar de la misma manera o con mayor saña aun.
Cuando las autoridades federales y estatales titubean y dejan actuar al crimen organizado, o acuden solo hasta que los hechos han pasado, ceden terreno a la delincuencia y alimentan la impunidad. Asimismo, pierden el respeto que la población debe guardar por las fuerzas del orden del Estado, y dejan un amargo sabor de desesperanza entre los ciudadanos que solo desearían poder vivir sus vidas en paz y con la tranquilidad de saberse seguros.
La de San José de Gracia tal vez se una a todas esas masacres que quedarán sin esclarecer, pero que van escalando por el nivel de descaro con que se cometen y que conducen hacia niveles de mayor violencia en México.