Si en México la depresión era un problema de salud muy extendido y con una tendencia creciente entre la población, el impacto de la pandemia de Covid-19 vino a ser la gota que derramó el vaso hasta hacer de este trastorno de salud físico y emocional que afecta a un 30% de los mexicanos.

Desafortunadamente, la misma urgencia impuesta por la pandemia ha hecho necesario canalizar recursos que se destinaban a la atención psicológica hacia el manejo epidemiológico del Covid.

Es un tema muy importante y al que paradójicamente no se le pone mucha atención. Es una enfermedad silenciosa que la mayor parte de las veces llega sin anunciarse y que como primeras manifestaciones puede producir insomnio —o al contrario, somnolencia excesiva—, falta de apetito, cansancio extremo, debilidad, apatía, desgano, y la más emblemática de todas: la tristeza.

Quien la padece, así como la gente en su círculo inmediato, suelen minimizarlo y reducirlo a solamente a una cuestión de actitud ante la vida y sus dificultades, con lo que el problema se va dejando pasar y se le permite irse haciendo cada vez más y más grande. Solo hasta que comienza a ser ya inmanejable y la vida productiva del deprimido se ve afectada o le incapacita, es cuando se acude por fin ante un médico o un especialista que diagnostique el problema y sugiera algunas posibilidades de tratamiento.

Incluso, aun cuando la persona detecta o intuye que podría estar sumido en una depresión, llegan a ser las propias instituciones de salud las que descarten la depresión como fuente de malestar o como una enfermedad palpable, y tratan de explicar la situación bajo otras causas que solo consiguen deformar o retrasar el diagnóstico.

Y es también probable que el afectado por depresión busque, antes que una solución médica o psicológica, un remedio en alguna adicción o en conductas nocivas socialmente, .

Genera múltiples consecuencias sociales, como pérdida del empleo o modo de subsistencia, distanciamiento con la familia o violencia contra ésta, la caída en las ya citadas adicciones, hasta llegar a la consecuencia más extrema de todas: el suicidio.

Es tiempo de que las instituciones retomen el tratamiento de otros trastornos de salud, entre ellos los aparentemente no visibles como son los mentales y emocionales, para reestructurar un esquema integral en el que se considere a la depresión, por su alta incidencia, como de primera prioridad, pues de ello depende en mucho la estabilidad social y económica de México.