Cuando más se necesitaba, la crisis sanitaria por el Covid-19 vino a poner en evidencia, entre muchas otras situaciones, que en nuestro país hay una deficiencia de especialistas en el área médica, por lo que del ejército de 17 mil trabajadores de la salud contratados para hacer frente a la enfermedad, ninguno cuenta con el adiestramiento requerido para atenderla, por lo que, aunque es de agradecerse su esfuerzo, será menos lo que puedan hacer que si se hubieran presentado expertos en la materia.

Lo anterior es muestra de que en el país ha habido una deficiente planeación en los planes educativos que se traduce en una casi nula vinculación entre las instituciones de educación superior y la oferta laboral. Casi desde que el estado tomó el control de la educación, anteriormente en manos de la Iglesia, no ha habido una política oficial que impulse la formación de los profesionistas que el país necesita, sino que, si bien también es plausible, se fomenta la libertad de elección de carrera entre los jóvenes, aun cuando respondan más a sus intereses particulares que a una vocación de servicio a la sociedad y a la búsqueda de soluciones a los problemas nacionales.

Aunque en el pasado se han hecho intentos de impulsar entre los estudiantes las carreras tecnológicas o incluso las agropecuarias —que llevaron, por ejemplo, al nacimiento de instituciones como el Instituto Politécnico Nacional o la Universidad de Chapingo—, siguen siendo las humanidades el objeto principal de interés entre los estudiantes mexicanos, por lo que disciplinas como Derecho, Sociología o Comunicación siguen padeciendo saturación por la alta demanda, pese a la contracción del mercado que podría ofrecerles un puesto de trabajo.

Para paliar esta deficiencia, el sistema educativo debería hacer una detallada planeación en cuanto al tipo de necesidades de especialización que el país requiere y fomentar su estudio entre la población universitaria, para contrarrestar la acentuada desproporción de jóvenes inscritos en carreras que no les van a garantizar un desarrollo profesional.

El ejemplo lo dan naciones como las asiáticas, algunas todavía en la categoría de naciones en desarrollo, cuyos estudiantes han destacado en áreas científicas y tecnológicas, precisamente porque sus gobiernos han apostado a la formación de ese tipo de profesionistas.

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