Un número importante de penales en distintos puntos del país siempre ha sido considerado un foco rojo de violencia. Aunque en los últimos años ha habido leve mejoría, según los diagnósticos que ha realizado la CNDH, en general las condiciones de la mayor parte son deficientes.

En Nuevo León, Tamaulipas, Guerrero y Coahuila se han registrado sangrientos motines. La capital del país no ha conocido de hechos de esa magnitud, pero varios sucesos en menos de un mes deberían servir de alerta para evitarlos.

En el reclusorio oriente ayer se registró una riña entre internos que dejó nueve heridos, de los cuales uno murió más tarde en el hospital. Un día antes apareció un maniquí colgado en un puente vehicular con un mensaje para el director de Seguridad Penitenciaria. Semanas atrás dos custodios del mencionado reclusorio fueron asesinados cuando se dirigían a sus labores. El pasado 15 de agosto hubo un incendio en el dormitorio 6 que dejó un saldo de tres muertos.

De acuerdo con un informe de autoridades de investigación del que da cuenta hoy EL UNIVERSAL, la disputa que sostienen en las calles al menos dos grupos del crimen organizado se ha trasladado al penal para buscar el control de todos los negocios ilícitos dentro del sistema penitenciario capitalino, desde la venta de drogas al menudeo en los pasillos y celdas, hasta la renta de espacios y teléfonos celulares para la extorsión.

En las cárceles, lo que en el papel está prohibido en la realidad se ofrece al mejor postor bajo el amparo de la ley del más fuerte. Quienes integraban bandas delictivas vuelven a encontrarse tras las rejas e imponen ahí sus dictados, el llamado “autogobierno”.

Autoridades buscan solucionar el problema trasladando reos de alta peligrosidad a centros federales de reclusión. Sin embargo, mientras no se erradiquen prácticas de corrupción del personal carcelario —tanto custodios como directivos— la solución será momentánea, pues llegarán nuevos internos a imponer su ley.

La situación que se vive en el interior de la mayoría de las cárceles del país oscila entre los malos tratos y el caos; entre el hacinamiento y el escaso control de la autoridad. Si el problema se deja crecer, el siguiente nivel son violentos y sangrientos motines. En la capital del país hay señales inequívocas de descomposición en al menos un penal; si no se contiene ahora, será casi imposible frenarla más adelante.

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