Hace dos años, el entrante gobierno de México anunció un programa de apoyo a jóvenes bajo el lema de “becarios, no sicarios”, que incluso con los posteriores recortes presupuestales emprendidos dentro del plan de austeridad republicana, se evitó afectar y por el contrario privilegiar, pero en el fondo se ve que el panorama de los muchachos a los que iba dirigida la ayuda, lejos de ser próspero y alentador, se va llenando de oscuros nubarrones, en el cual la violencia y la brutalidad adquieren tonos cada vez más angustiantes, además de que se hace presente —de manera cada vez más cotidiana— en la capital del país, que hasta hace poco parecía ajena a tales actos.
Los casos recientes de jovencitos asesinados por la delincuencia organizada, que tienen su base de operaciones en el centro de la capital, muestran que la descomposición social hace estragos no solo por el lado de las víctimas, sino también por el lado de otros jóvenes a quienes se les recluta en el crimen y les toca hacer el trabajo sucio de los delincuentes.
Por unos pesos se les da el encargo de deshacerse de cuerpos o despojos de personas. Eso lleva a reflexionar si estos muchachos no llegarán a preguntarse en algún momento si ellos serán los siguientes en ser transportados en el siguiente viaje de un diablito de carga, en maletas, en tambos o en la cajuela de un auto, siendo parte de ese ciclo de horror. Como sea, una vez dentro de la órbita de los grupos delincuenciales, su vida ya no les pertenece, queda a expensas de los designios del crimen, en cuya vorágine pueden ser engullidos ellos mismos en la espiral de sangre.
Se trata de una violencia inédita en la ciudad, ahora con el acento de una brutalidad dirigida a menores de edad, más allá del lamentable clásico “ajuste de cuenta entre bandas rivales”, con el que se suelen justificar las muertes de hombres adultos.
En junio de 2018 fue el año en el que se dio un caso de desmembramiento de cuerpos en la capital, en la zona de Nonoalco Tlatelolco, no muy distante del Primer Cuadro de la ciudad. Ahora esa carnicería absurda vuelve a hacerse presente, pero esta vez involucrando a niños que recién despegaban del entorno familiar.
Menores de edad, apenas iniciando la adolescencia, a quienes la falta de oportunidades y la indiferencia de sus familias, llevan a caer en la trampa del dinero fácil, cancelando así su futuro y también el objetivo de los programas sociales dirigidos a la juventud mexicana, que buscaba mantenerlos lejos del canto de sirena del crimen organizado. Hay que estar atentos de los pasos que dan nuestros jóvenes.